El polvoriento desierto de Las Vegas sustituye en esta ocasión al inmemorial Sinaí en un film que, como las superproducciones bíblicas de antaño, arrolla a a base de metraje, estrellas y talonario.

La peli de Scorsese no tan sólo recrea pormenorizadamente los entresijos cotidianos de un gran casino, sinó que además lo hace conectando entre sí un complejo entramado que se extiende más allá de esa mastodóntica máquina de hacer dinero: policía, políticos, magistrados, mafiosos... Y lo más cojonudo es que el bueno de Martín lo consigue sin que esa enmarañada amalgama de cofradías menoscaben en ningún momento el ritmo y el mordiente de un film enérgico, soberbio, redondo. La extensa galería de personajes no devalúa el lucimiento de la tríada protagonista, incidencia que corrobora la extraordinaria capacidad del neoyorquino a la hora de manejar historias corales e intimistas con idéntica destreza. Robert de Niro, Sharon Stone y Joe Pesci bordan sus papeles aportando su granito de arena en un desenlace apocalíptico, apabullante, despiadado.

“Casino” es, por descontado, una de las grandes pelis de mafiosos, pero no mi favorita. Tal vez porque el personaje de De Niro me resulta incómodamente distante y antipático y porque el putón verbenero que interpreta Sharon Stone me produce algo de grima. Ello no deteriora, por supuesto, la impecable resolución de su hechura, pero le araña algo de magia. La que le otorgaría 9 o 10 estrellitas. Joe Pesci, en cambio, construye un personaje repulsivamente encantador. Antológico.