Creo haber mencionado en más de una ocasión que una de mis múltiples debilidades cinéfilas son las pelis de terror malillas. Pelis de 2, 3 o 4 estrellas FA que, pese a sus lamentables interpretaciones y sus guiones de pacotilla, suelen dispensarme un ratito agradable a base de sustitos, subidones de música, alguna que otra truculencia hemoglobínica y el típico giro final merced al cual acabas comiéndote con patatas todas las incongruencias argumentales anteriores.

Con lo que no puedo, sin embargo, es con las pelis que me provocan vergüenza ajena. Con las pelis que insultan la inteligencia del espectador. Con las pelis que huelen a mierda a siete kilómetros a la redonda. No, señores, con eso no puedo. Porque, vaya, una cosa es que la falta de presupuesto o de ideas se maquille con un poco de cachondeo o con un poco de mala leche, pero lo que no es de cajón es que una peli de terror con adolescentes por medio deba ser, como “Asylum”, un producto hecho por y para tontos del culo. No, lo siento, me niego. Me niego a renunciar a mis sustitos de rigor y me niego a no clavar las uñas en el asiento de vez en cuando. Y eso cualquier película de terror -por malilla que sea- suele conseguirlo conmigo.

Una puta estrellita, pues, para un truño realmente deleznable que -por no tener- no tiene ni un puto giro final que le otorgue un poquito de decencia a una historia y a unos personajes absolutamente patéticos. Tan sólo añadir, por ejemplo, que “Serpientes en el avión”, a su lado, es una obra maestra. Y no exagero. En definitiva, que si podéis, huyáis de ella. Como de la mierda. Me lo agradeceréis.