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Polonia Polonia · Terrassa
Voto de Taylor:
9
Drama En la Roma de la posguerra, Antonio, un obrero en paro, consigue un sencillo trabajo pegando carteles a condición de que posea una bicicleta. De ese modo, a duras penas consigue comprarse una, pero en su primer día de trabajo se la roban. Es así como comienza toda la aventura de Antonio junto con su hijo Bruno por recuperar su bicicleta mientras su esposa María espera en casa junto con su otro hijo. (FILMAFFINITY)
18 de enero de 2008
74 de 84 usuarios han encontrado esta crítica útil
Películas como la De Sica nos hacen retroceder hasta aquella época en la que el cine de calidad no estaba reñido, en absoluto, con todo aquello natural, simple y meridiano. Sin embargo, parece como si hoy en día la genialidad fuera parcela exclusiva de aquellos cineastas que tan sólo conciben el cine como una obra de arte inevitablemente densa, plúmbea y abstrusa. Parece como si para Lynch y sus acólitos el cine deba entrañar ineludiblemente laberínticos mensajes, metafísicos propósitos y extravagantes propuestas estéticas. Y todo eso está muy bien, por supuesto. Es legítimo y necesario, incluso. Siempre y cuando todo ello sea fruto de un estudio previo, de un bagaje, de una evolución. Y siempre y cuando uno lleve bien ajustadas las gafas de pasta, claro. Pero regresemos a “Ladrón de bicicletas”. Regresemos a esa concepción artística del cine realista, descarnada, cotidiana. La peli de Sica constituye, en ese sentido, un emblemático patrón de un neorrealismo italiano que nos legó un buen puñado de joyas cinematográficas.

De Sica nos sumerge en la Roma de los cuarenta a través de los ojos de Antonio Ricci, un fijador de carteles, y Bruno, su hijo. La casa de empeños, los mercadillos ambulantes, las largas colas para coger el autobús, el atestado piso de la vidente, los locales de beneficiencia, los tumultos callejeros... todos esos escenarios nos ayudan a pulsar progresivamente la miseria, la penuria, la desesperación que embarga a Antonio (“maldito sea el día en que nací”). De Sica y el neorrealismo italiano en general demuestran fehacientemente como cualquier penalidad cotidiana como el robo de una bicicleta puede llegar a condensar efectos tan devastadores como los que originaría la peor tragedia conocida. Por lo demás, la peli funciona como un reloj suizo. La música aporta la correspondiente tensión dramática, la fotografía esculpe la pobreza y el virtuoso ritmo narrativo del film nos arrastra torrencialmente a las despiadadas condiciones de vida de la jungla de asfalto romana. El único fulgor de esperanza, la única concesión balsámica que De Sica se permite brindar al espectador es Bruno, el chiquillo. Un angelote. Para mi quisiera un vástago así.

Sencillamente soberbia.
Taylor
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