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Polonia Polonia · Terrassa
Voto de Taylor:
10
Aventuras. Fantástico. Drama Tras una larga y cruenta guerra, Uther Pendragon le ruega al mago Merlín que le ayude a seducir a la esposa de su nuevo aliado, el Duque de Cornwall. Merlín accede, pero a condición de que el fruto de esa unión le sea entregado. Esa misma noche, es concebido Arturo. Dieciocho años después, los nobles de un reino cuyo trono está vacante intentan apoderarse de Excalibur, la espada mágica que está incrustada en una piedra desde la muerte de Uther. (FILMAFFINITY) [+]
2 de octubre de 2010
33 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los aspectos que más me fascinan del séptimo arte es la música. Yo diría, incluso, que todas –o casi todas- mis pelis preferidas contienen, como mínimo, alguna secuencia en la que la música ocupa un lugar predominante. Alguna secuencia en la que la banda sonora deja de ser un mero acompañamiento para convertirse en un elemento que sublima la imagen y la dota de un poderío inenarrable. Ejemplos de ello los tenemos a espuertas (“Hasta que llegó su hora”, “Lawrence de Arabia”, “Apocalypse Now”, “2001”, “Psicosis”, “Manhattan”, “Tiburón”…) pero la primera peli cuya música me emocionó, me estremeció y me hizo derramar lagrimones como puños fue, sin lugar a dudas, “Excalibur”.

No quisiera, sin embargo, dar a entender que fue únicamente la música lo que me fascinó de la peli de Boorman. Ni mucho menos. Obviamente, “Excalibur” es un peliculón por muchísimas razones. Entre ellas, por su magia, por su atmósfera, por su épica, por su dramatismo o por su propia leyenda. Pero ello no es óbice para recordar que cada vez que interviene la música todos estos valiosísimos ingredientes se magnifican. Se engrandecen. Se elevan a la enésima potencia. Y eso es lo que precisamente ocurre, por ejemplo, cuando Perceval entrega el Santo Grial a Arturo para que éste y los campos de Inglaterra -sumidos en el hechizo sombrío del mal- renazcan de nuevo (“Carmina Burana” de Carl Orff) o cuando, ultimada la batalla final, un agonizante Arturo ruega a Perceval que devuelva la espada Excalibur a la dama del lago ("Siegfried Funeral's March", de Richard Wagner).

Y aunque muchos puedan pensar que con semejante selección musical cualquier tuercebotas sería capaz de componer un peliculón como la copa de un pino, yo diría que -para conseguirlo- es del todo necesario que las imágenes estén a la altura. Y eso no es fácil. Nada fácil. Y menos en unos tiempos en los que la piel de gallina está a precio de oro.
Taylor
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