Escrita, dirigida, coreografiada e interpretada por Bruce Lee, “El furor del Dragón” pasará a los anales de la historia del cine como una de las obras culminantes del género de las artes marciales. Que la peli sea más mala que pegarle a un padre con un calcetín sudao a las cinco de la mañana no la exime de ser un paradigmático film de autor. Lee se atrevió a embarcarse hacia la conquista del mercado occidental consciente de que su empeño y ambición le empujaban a cruzar la frontera asiática en pos de alcanzar objetivos de mayor envergadura.

Cierto es que su perseverancia no fue suficiente como para remontar un escuálido guión, unas interpretaciones esperpénticas y una palmaria deficiencia infrastructural. Cierto es que el doblaje no ayuda demasiado a maquillar secuencias absolutamente lamentables. Cierto es que los toques humorísticos son como poco grotescos y calamitosos. De acuerdo. Sin embargo, qué quereis que os diga... Tal vez porque la ví por vez primera con tan sólo ocho años. Tal vez porque Bruce Lee fue un indiscutible icono de mi tierna infancia. Tal vez porque la somanta de palos que Bruce le propina al osito Chuck es antológica o tal vez porque la peli de Lee destila un sugerente aroma a western clásico, con un duelo final en toda regla... No sé, tal vez por todas esas gilipolleces “El furor del Dragón” siempre será una de las pelis de mi vida.