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España España · Madrid
Voto de OsitoF:
2
Drama. Romance Laia, una joven maestra catalana, se traslada a Katmandú para trabajar en una escuela. Allí, además de la miseria, descubre un panorama educativo desolador que excluye a los más necesitados. Tras contraer, a su pesar, un matrimonio de conveniencia para legalizar su situación, emprende un ambicioso proyecto pedagógico en los barrios de chabolas de la ciudad, aunque pronto se da cuenta de que necesita ayuda para hacerlo realidad. Al mismo ... [+]
19 de noviembre de 2021
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Películas como esta deberían venir con la misma advertencia que los medicamentos de leer el prospecto o consultar con el médico o farmacéutico. Estamos ante la típica adaptación al cine de una historia muy comercial, la de una señora, española y maestra, que en algún momento de los setenta u ochenta se fue a Nepal y ya fuese porque le gustara el ambiente, porque necesitara un cambio de vida, porque se sintiera en la obligación moral de ayudar a alfabetizar a la población local o por una mezcla de todo ello, decidió quedarse e iniciar allí una nueva vida. Las fechas del suceso, una época ajena a postureos y necesidades de autoafirmación, me hacen pensar que la historia de esa señora es honesta y actuó conforme a lo que le dijeron su corazón y su cabeza, nada que ver con lo que Bollaín nos ofrece en su adaptación.

“Katmandú: un espejo en el cielo” es superficial y está escrita y rodada con la mirada de alguien fácilmente impresionable que descubre la pobreza al leer un libro, la violencia al ver un reportaje de Informe Semanal o la tragedia al escuchar una entrevista en la SER y siente la necesidad de compartirlo con el resto del mundo, como si el resto del mundo estuviese tan alejado de la realidad como ella. Y como Bollaín tiene medios para difundir su recién adquirida conciencia, lo hace en forma de una película en la que deja meridianamente claro que ha descubierto esa misma mañana que en los países del lejano oriente mucha gente no tiene agua corriente o varias familias comparten un baño. El día que ponga las noticias y vea lo que pasa en Kabul, le estallará la cabeza.

Su película es de una inocencia que roza el insulto. Al margen de la condescendencia con la que juzga los hábitos de vida nepalíes contrastándolos con los occidentales, como si la gente de Katmandú viviera en condiciones infrahumanas por no tener televisor o un Starbucks en cada calle, en lugar de valorar su forma de vida en base a su historia y tradiciones, Bollaín, a través del personaje protagonista de Echegi, se dedica a explicar a los nepalíes cómo deberían vivir para ser realmente felices. No les ayuda integrándose en su día a día y viendo qué pueden mejorar con los medios de que disponen, sino que les exige que se occidentalicen para resolver sus problemas. Para predicar con el ejemplo, se casa con un lugareño y le instruye en el feminismo y la igualdad, algo sobre lo que no tendría nada que objetar si la película quisiera ser un melodrama y no una visión supuestamente realista.

Hay que reconocer que Bollaín sabe dirigir, la puesta en escena es buena, la fotografía saca rendimiento a las localizaciones y la ambientación está lograda. También Echegui ha madurado mucho desde aquella olvidable Juani. Pero cuesta destacar algo de la película en el plano meramente cinematográfico porque su espíritu buenista se apodera de todo. Lo peor de todo es que, seguramente, Bollaín y gran parte de su equipo habrán vuelto del Himalaya pensando que han puesto su granito de arena para hacer de Nepal un sitio más diverso, inclusivo y democrático. Y se sentirán orgullosos de si mismos una buena temporada, hasta que lean algo sobre los corales que se mueren en Australia o sobre cárceles de Tailandia, les pegue la bajona e inicien una nueva cruzada.
OsitoF
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