Rodada casi por completo en húmedos y umbríos exteriores, “Solomon Kane” podría pasar casi un documental costumbrista sobre la vida en la Inglaterra del Siglo XVII si exceptuamos los hechiceros, las brujas, los orcos y todas las patadas a la historia que fueron necesarias para hacer que la película sea más atractiva. Ahora en serio… jajaja…. no, de ‘en serio’, nada… es imposible analizar “Solomon Kane” desde un punto de vista serio. Sencillamente es lo que se podría esperar cuando se junta algo basado en un cómic del creador de Conan (espadas, venganzas, monstruos tipo Doom) con la estética de Van Helsing (trajes oscuros de peregrinos del Mayflower, sombreros picudos) y metiendo con calzador la eterna lucha entre bien y mal, entre Dios y Satanás.

Lo importante es que se pasa un buen rato o por lo menos un rato de evasión entretenida con todas esas peleas, duelos, explosiones y paisajes. Quizá haya un poco de desproporción entre la parte de acción y la parte de caracterización psicológica (vamos, que le sobra algo de rollo religioso, de lucha interior y de tormentos interiores y le falta alguna que otra escena adicional de hostias), pero, bueno, el personaje es el personaje y, aunque nos dé un poco lo mismo, ahora sabemos casi todo lo que hay que saber de su vida, que tampoco está mal. Además, en otras manos, un personaje tan bien definido podría haber caído en el ridículo (me viene a la cabeza Vim Dissel, por ejemplo) mientras que James Purefoy (conocido tan sólo por enseñar gratuitamente el pito en la sobrevalorada serie “Roma”) lo saca adelante sin problema. Seguro que el muchacho no tiene el carisma de un Hugh Jackman, pero tiene algo de talento interpretativo del que carecen otros ‘tipos duros’ de la profesión.

Aunque por momentos sea un poco rollo, imaginación mediante, se puede pasar un rato entretenido.