Hubo una época en la que las carreras de Rachel McAdams, Bradley Cooper y Emma Stone discurrían por una placentera zona de confort romanticona y convergieron en esta anodina producción, “Aloha”, de un Cameron Crowe que parecía llamado a grandes cosas y se quedó por el camino en el momento que se vendió para el infame remake de “Abre los ojos”. Cómo será la cosa de insípida que aunque no es frecuente que una película sea exclusivamente romántica (siempre suele terminar inclinándose hacia el lado cómico o el dramático), “Aloha” se mantenga, de puro convencionalismo, en la más absoluta equidistancia de todo aquello que no sea ver quién se lía con quien, quién dice la frase más empalagosa o quién pone la mirada más arrobada.

“Aloha” se desarrolla en el paradisíaco ambiente Hawaiano, todo selva y playa, de modo que el espectador tiene esa vía de escape para dejar volar la imaginación y pensar en lo agradable que deben de ser los paseos entre volcanes y los baños en lagunas escondidas mientras los protagonistas, en pantalla, van a lo suyo. Y digo «lo suyo» porque es todo tan falso, son tan artificiales las situaciones, son tan convenientes las coincidencias para que todos quedemos contentos, que es imposible implicarse en una trama confusa y unos diálogos imposibles y terminamos dejando que hagan lo que quieran y echando un vistazo de cuando en cuando para ver por dónde van y cuánto falta para que todo acabe como se ha visto desde el minuto cinco que tiene que acabar.

Aparenta ser una producción de nivel, pero no se desprende en ningún momento (tampoco lo intenta) de un alma de telefilm que lastra unas dudosas pretensiones. Su reparto es atractivo y logran sostenerla por los pelos, pero probablemente no es una película de la que sus protagonistas se sientan orgullosos y, si les preguntan por ella, tengan más que un vago recuerdo de haber participado o directamente se hagan los suecos.