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España España · Barcelona
Voto de Eduardo:
4
Thriller. Intriga Julia, cuarentona de buen ver y propietaria de un bar de copas, descubre el corazón sangrante de su camarero y amante, que parece haberle sido “ofrendado” por alguien en prenda de amor. (FILMAFFINITY)
18 de enero de 2020
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Elegí ver Gimlet por diversos motivos. El menor de ellos no es que frecuentara la coctelería homónima durante una época, acompañado de una hermosa mujer de hermosas piernas que, casualmente, vivía muy cerca del local. En él solíamos iniciar nuestras veladas, hasta que nos urgían otros apremios... Pero ésa es otra historia.
También me picaba la curiosidad que estuviera desaparecida en combate durante muchos años. No recuerdo que hubiera sido programada antes en la TV. Eso sólo podía significar tres cosas: película de culto, película maldita, o bodrio. Pues bien: Gimlet es, nada más y nada menos, que un pestiño. Dirigida y escrita por el debutante José Luis Acosta, que por fortuna sólo dirigió una cinta más, No dejaré que no me quieras (lo digo por avisar), ahora se dedica a escribir guiones para series. Así está bien. Gimlet nos cuenta la historia de la propietaria de un cocktail bar (despistada pero sensual Ángela Molina), sito en Barcelona, que llama la atención de un acosador, loquito por sus carnes. Como primer detalle, le hace llegar el corazoncito del camarero al que se tiraba entre cóctel y cóctel, lo cual motiva la intervención de la policía, un comisario que lleva los ojos tapados debido a un tratamiento ocular, y su ayudante, un Pep Cruz que vocaliza como una avestruz. Esto se ve en los primeros minutos de metraje, no ha lugar a spoiler. El guión es de traca, parece escrito en la citada coctelería entre ingestas masivas de pócimas alcohólicas. La música es mala a rabiar, y el operador Jesús Escosa no es nada del otro mundo. Las interpretaciones tirando a birriosas, incluyendo a un Viggo Mortensen de carcajada, diez años antes de empuñar la espada del capitán Alatriste y quedarse con el hilo de Ariadna y todo lo demás. Rodada en Barcelona, no recuerda en nada al viejo y querido cine negro que tozudos artesanos confeccionaban en los años 50 y 60 pese a la feroz injerencia de Madame Censura. Es una obra impersonal y falta de carisma, falta de alma, todo es impostado y, en ocasiones, grotesco. Prometo tomar un gimlet cuando merodee por las cercanías de la calle Santaló, aunque esta vez sin la compañía de la hermosa mujer de hermosas piernas. Ay, la vida...
Eduardo
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