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España España · Barcelona
Voto de Eduardo:
4
Drama Harry Witzel administra una plantación de caucho perdida en una selva africana. Recibe con poco entusiasmo a su nuevo ayudante, Mr Langford, con la certeza de que éste no soportará la vida en la plantación. A pesar de las advertencias de Witzel, el recién llegado sucumbirá a los encantos de Tondelayo, una hermosa, a la par que mezquina, nativa. (FILMAFFINITY)
4 de enero de 2017
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Asombra todavía lo bien que se conservan ciertas películas del viejo Hollywood, tan lozanas y modernas a pesar de las décadas transcurridas desde su estreno. No es el caso, ciertamente, de White Cargo, risible mamotreto que parece surgido del túnel del tiempo. La dirige Richard Thorpe, probo artesano cuyo apellido dio pie a diversos chistes cinéfilos en nuestro país. Pero Thorpe no era torpe, sino un diligente hombre-para-todo que extraía oro cuando tenía entre manos un guión mínimamente digno. Pensemos en el tríptico Los caballeros del rey Arturo/Ivanhoe/Las aventuras de Quintin Durward, siempre eficaz en el western, la aventura, la intriga, menos en la comedia y el melodrama.
White Cargo parte de un apolillado libreto ya caducado cuando se redactó, previsible y repetitivo, en el que no falta ningún tópico, incluido el médico borrachín, cortesía de Ralph Morgan. En una plantación de caucho perdida en la selva profunda, los hombres no sólo han de aguantar el apestoso calor, sino las insinuaciones de una seductora mestiza dispuesta a quitarse el sarong en cuanto convenga. La trama es paleolítica, los diálogos incitan a la carcajada, las interpretaciones pecan de acartonadas, y el bostezo se impone al poco rato al interés. Pero en cuanto sale ella, Hedy Lamarr, te olvidas de todo lo demás. Hermosa como nunca, misteriosa, insinuante, lujuriosa, un pedazo de hembra (espero no despertar furias feministas) que gatea y ronronea en la pantalla como una pantera, y pese a las ridículas líneas declamadas con un acento que, una vez más, provoca la hilaridad, ella puede con todo, secundada en todo momento por la espléndida fotografía de Harry Stradling, uno de los grandes, al servicio de la estrella de principio a fin, con la iluminación acariciando y mimando los rasgos esplendorosos de la actriz vienesa, en verdad lo único que reclama nuestra atención de esta película fallida, recuperada ahora en doble programa con La dama de los trópicos (ya tiemblo).
Sólo para degustadores de las grandes bellezas de la historia del Cine.
Eduardo
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