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España España · Barcelona
Voto de Eduardo:
1
Terror El Marqués de Sade (Klaus Kinski) escribe en la cárcel la historia de Justine (Romina Power) y Juliette (Maria Rohm), dos hermanas adineradas que se encuentran solas e indefensas cuando su padre es forzado a abandonar el país, y su madre muere. Juliette acaba como prostituta, mientras Justine busca abrirse camino en un mundo cruel en el cual todo tipo de locos y pervertidos intentan utilizarla y abusar de ella... (FILMAFFINITY)
29 de julio de 2016
12 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay un momento de Justine en que la película, espantosamente mala hasta entonces, se convierte en un bodrio de incalculables proporciones. Ese momento es la aparición de Jack Palancas (¡sí, otra vez él!), tras la ingesta de alguna sustancia tóxica por vía oral, nasal o parenteral, lo cual acaece en la sala hipóstila del Parc Güell, y está acompañado de dos esbirros bajo cuyos pelucos descubrimos a Luis Ciges y Howard Vernon, también algo perjudicados. Esa escena, grabada a fuego en mi memoria para siempre (las muecas de Palance son inenarrables) da cuenta por sí sola del horroroso trabajo de Franco (¡y eso que contaba con un presupuesto holgado, y un montón de actores famosos!), una demostración de desfachatez y simplonería que se extiende a toda la cinta como una mancha de aceite. Y es que Franco, digan lo que digan los demás, no sabía rodar, ni planificar, ni mover la cámara, ni buscar la luz necesaria, ni dirigir a sus actores, ni... Para Franco, el cine era como el diván del psicoanalista para el paciente. Era el vehículo que le permitía transformar en realidad sus obsesiones, y por Dios que lo consiguió, porque rodó, como mínimo, 203 películas, según IMDB. Produce la película otro delincuente, Harry Alan Towers, con el que Franco trabajó en numerosas ocasiones. Aparte de destrozar la obra del Divino Marqués, y de anular toda la lujuria salvaje que contiene con su presunto distanciamiento, Franco desperdicia el reparto, que chapotea entre el ridículo y la estulticia. Klaus Kinski, en el papel de Sade, no dice ni pío en todo el metraje, lo cual ya le está bien. Para el papel de la desventurada Justine no se les ocurrió mejor idea que contratar a Romina Power, justo antes de que formara con su marido Al Bano la pareja más babosa y abyecta de la historia de la música popular. Romina se limita a poner cara de tonta y a enseñar las tetitas cuando "lo exige el guión".. Sale también Carmen de Lirio, recién llegada de El Moino, y Gustavo Re, convencido de estar actuando en una opereta de Los Vieneses. Luego asoma la jeta Akim Tamiroff, y tuve que apartar la vista para no sofocarme. Casi 40 años de carrera para acabar haciendo patochadas. Pero hay más: Mercedes McCambridge en su sempiterno papel de lesbiana cruel, Serena Vergano echando por tierra su brillante porvenir, Horst Frank, el malo insustituible de las co-producciones europeas de la época, ¡Sylva Koscina!, insinuando sus encantos entre transparencias, Rosalba Neri, Claudia Gravy, y los ya arriba mencionados... Hay que ver lo que uno descubre después de años de suspirar por ver determinada película. Y menos mal que sólo me costó 2 euros... A huir.
Eduardo
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