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España España · Barcelona
Voto de Eduardo:
3
Drama Tumos, escultor de Egipto, está enamorado de Tanis, una joven huérfana que vive en una rica mansión. Su idilio se ve truncado cuando el Sumo Sacerdote Benakon revela a la chica que es su hija y está destinada a ser Nefertiti, Reina de Egipto. Con los años, y casada con el Faraón Amenofis-Akenaton, Nefertiti debe luchar contra sus propios sentimientos hacia Tumos el escultor, al que todavía ama en silencio, y contra los conspiradores que ... [+]
28 de febrero de 2017
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde hace un tiempo, las mañanas de la 2 nos deparan agradables sorpresas. dejando aparte una retahíla de spaghetti y/o paella westerns que deben contarse entre lo más cochambroso del género, y que ni siquiera un demente como yo se atreve a frecuentar. Pero caen pelis de aventuras y péplums. Si hace unos días hablaba de la inenarrable Los piratas de la costa, hoy es el turno de La reina del Nilo, que gira alrededor de la famosa Nefertiti y sus desgraciados amores con el escultor que la inmortalizó (al menos en esta película).
No hay mucho que alabar. Tal vez el trabajo de Massimo Dallamano en la fotografía sea lo más destacable, porque la partitura de Carlo Rustichelli no es de sus más inspiradas, la dirección es pedestre, el guión risible (y hay cuatro tipos en él), los decorados huelen a cartón piedra, y las escenas de masas son caóticas y patéticas. Lo más interesante reside en el cuarteto protagonista: tres estrellas estadounidenses en decadencia y un galán italiano que había dejado muy atrás sus años mozos.
Dice IMDB que La reina del Nilo es la película más desconocida de Vincent Price. No me extraña. Yo, en su caso, habría comprado y quemado todas las copias. Con las cejas y los ojos pintarrajeados cual vulgar Escamillo, Price interpreta, por decirlo de alguna manera, el papel del Sumo Socerdote Benakon, y hay que verlo para creerlo. Ridículo es poco. Grotesco se acerca más a la realidad. Ese mismo año encadenó otra película en Italia, El pirata negro, en compañía de otro náufrago, Ricardo Montalban. Ardo en deseos de verla.
La beldad de turno es Jeanne Crain, señora de esplendorosa melena roja y turgentes carnes, cuya carrera empezó bien para ir declinando hasta despeñarse en Italia. Cabe decir que sus frases habrían incomodado a la más pintada. El tercero en discordia es Edmund Purdom, otra joya. Después de Sinhué el egipcio se aficionó a las falditas y deambuló por diversos títulos de escasa entidad rodados en variopintos lugares de Europa. Si alguien vuelve a meterse con Victor Mature, que examine cualquier título de Purdom y comprobará que era negado para la causa. Amedeo Nazzari, el galán del fino bigotito, una especie de Errol Flynn a la italiana, por el cual suspiraban nuestras madres y abuelas, está incómodo y acartonado en su papel de Amenofis IV, padre de Tutankamón,. Como en toda la película, cualquier intento de recitar sus frases está condenado al fracaso. Confieso que me reí bastante mientras visionaba la cinta.
Ah, me olvidaba: ¡salen Liana Orfei y su cruzado mágico! Esta muchacha, de rotundos pechos y prometedores morros, solía asumir el papel de puta, gitana, puta y gitana, etcétera, siempre enamorada del héroe de turno, y condenada a un fatal desenlace por sus pecados. Aquí, empero, no muere, aunque se queda sin Purdom, claro.
En definitiva, una tarde de placenteras carcajadas entre oropeles, fanfarrias y extras despistados.
Eduardo
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