Un profundo aroma a tragedia griega recorre toda la película, desde el momento en que el general es asesinado por su esposa y el amante de ésta ante los ojos de sus hijos. A partir de ahí, sin apartarse de los esquemas habituales del spaghetti western, asistiremos a la historia de una venganza, en que los culpables están inequívocamente condenados a pagar sus pecados. Baldi dirige con pulso firme, no demasiado ayudado por los actores (ese tal Martellanza...), aunque Alberto de Mendoza compone un buen villano y Piero Lulli se recrea en su rol habitual de sádico torturador. A veces cuesta seguir el hilo argumental de la trama, pero Baldi nos conduce hasta un grande finale que remata con dignidad la función.