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España España · Madrid
Voto de Charles:
8
Fantástico. Comedia ¿Qué pasaría si Dios existiese y viviese en Bruselas? Dios en la Tierra es un cobarde, tiene patéticos códigos morales y su conducta con su familia es odiosa. Su hija Ea, que se aburre mortalmente en la anodina Bruselas, decide rebelarse contra su padre, entra en su ordenador y desvela a todo el mundo el día d su fallecimiento, con lo que hace que de repente todas las personas reflexionen sobre qué hacer con los días, meses, o años que ... [+]
26 de febrero de 2016
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La religión siempre ha formado parte inherente de nuestras vidas.
Una serie de normas y dogmas bajo los que supuestamente orientar nuestra existencia, ser más nobles y aprender siempre a poner la otra mejilla. Incluso una manera de negarnos a nosotros mismos, para servir a una colectividad divina que nunca alcanzamos a ver en esta vida.
Algo tan arraigado en nuestro crecimiento como especie, la creencia en un ser superior, que la aceptamos sin pega, en parte porque necesitamos creer en algo, en parte por miedo a una institución que tiene un dedo puesto en cualquier lado.

Jaco Van Dormael, aceptando esto, retrata a un Dios desastrado y cruel, que se divierte estipulando reglas absurdas bajo las cuales sufrimos cada día. Catástrofes naturales y accidentes son los principales entretenimientos de este Dios ficticio, que sin embargo no podemos evitar asociar a una realidad que se revela injusta la mayoría de las veces.
Lo que se está mostrando podría ser ficción, podría ser verdad: nadie sabe si Dios vive en Bruselas, en un apartamento al cual se accede por el túnel de una lavadora, pero sí sabemos que en muchas, determinadas situaciones, elevamos una plegaria a un Dios que nos dijeron estaría ahí... y nunca lo está.
El Génesis es contado como la clase de experimento que uno realizaría una tarde de domingo aburrida, y no como la experiencia que hará posible los diversos milagros que forman la Tierra: somos un accidente que fue creado sin un propósito determinado.

Es quizá por eso por lo que sufrimos el abandono, el rechazo y la pena, porque nadie dijo que íbamos a existir para cumplir esas funciones. No solo eso, sino que encima ni siquiera sabemos en qué momento dejaremos de existir, por lo que mejor "existir bien".
Es decir, cumplir lo que se supone que te dicen que debes hacer, ser noble, poner la otra mejilla, no alzar tu voz por encima de otras. Cumplir esa homogeneidad repartida bajo la cual te aseguran un reino de Dios en tu fallecimiento, eso es lo que se debe hacer.
Pero es entonces cuando Jaco Van Dormael traza la línea, y dice: hasta aquí.

Dios también tuvo una hija, eso no lo sabe mucha gente. De hecho, su hijo bajó a la Tierra a por nosotros queriendo escapar del legado del padre, haciendo milagros para que viéramos que no todo tiene que ser malo, o tiene que ser sufrido.
Ea, su hija, continúa ese legado familiar, y tras darnos la llave de nuestra libertad extraída de las más oscuras carpetas digitales de su padre, se mezcla con los mortales para tratar de comprendernos. Para registrar cada sentimiento, cada emoción o simple testimonio, que formarán parte de un Nuevo Testamento, esta vez uno de nuestro siglo.
La hija de Dios, acompañada por su escriba que no sabe escribir, busca a seis apóstoles, para que con los doce originales puedan formar un equipo de rugby. La clase de detalle, alegremente profano, inocentemente expuesto, tras el cual empezamos a adivinar que esta no es una historia sobre Dios, es una historia sobre las personas.

Personas que, se nos revelan bajo la mirada atenta de Ea, dolidas, rotas y anhelantes de deseo. Gente que escapa a la normalidad, y aún así se fuerza a encajar en la normalidad a martillazos.
Cada testimonio suyo es un escalofrío en nuestra espalda, porque no se puede negar la verdad magnífica, imperfecta, que rezuma de cada uno de ellos: la bella manca nos habla del deseo que suscita a su paso, donde todos la ven como un trozo de carne, pero a ella solo le gustaría tener, por ridículo que suene, un último baile con su mano amputada. El ridículo se transforma en belleza, de la manera más insospechada, y nos damos cuenta de que muchas veces solo aspiramos a eso, a convertir nuestros defectos en gloriosas muestras de nuestra imaginación.
Así sucede con el oficinista que por una vez se para en el banco a escuchar el mundo, con el obseso sexual que solo celebra la perfección del cuerpo femenino, con la rica adinerada que nunca ha sentido el verdadero contacto del amado, con el asesino sumergido en una vida mediocre, con el niño que quería experimentar cómo es ser una niña, desafiando cualquier canon establecido.

Todos tuvieron que esperar a que les dieran fecha de caducidad para atreverse a ser como siempre quisieron ser. Todos se dieron cuenta de que no merecía la pena no ser quiénes siempre quisieron ser.
Y, en un último giro final, nosotros nos damos cuenta de que podemos ser quiénes queramos, sin tener que esperar a que ningún Dios, ausente o cruel, nos dé permiso para serlo.
Charles
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