Haz click aquí para copiar la URL
Costa Rica Costa Rica · Me encantan las galletas
Voto de Javier Moreno:
9
7,3
10.859
Animación. Drama Cuenta la historia de un viejo mago que trata de no defraudar a una niña convencida de que sus trucos de magia son reales. Segunda película del director de "Bienvenidos a Belleville", basada en un guión de Jacques Tati que nunca fue producido. (FILMAFFINITY)
25 de octubre de 2012
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ganarse la vida creando ilusiones puede ser descorazonador, más aún en los tiempos que corren. Pero los que juegan a intentarlo corren el riesgo de ilusionarnos, y Chomet lo consigue con esta delicia.

En su corta carrera como director, nos deslumbra con unas formas que resultan antiguas. La actualidad a la que se somete el cine constantemente borra ciertas características que podrían permanecer por más tiempo o, al menos, podríamos disfrutarlas con mayor intensidad. Por ello que me duele cuando traen a colación el nombre de Miyakazi como referencia absoluta de la magnificencia animada. No tenía nada en contra de los estereotipos que nos llegan de oriente, aunque considere que se sobrevaloran sobremanera. Pero cuando se producen cosas mejores y lo único que los críticos llegan a balbucear es una comparación con sus mediáticas referencias, me doy cinco segundos para respirar, maldigo en sánscrito y hebreo (o eso creo) y me lanzo a escribir para defender la belleza del antiguo y ahora decrépito continente.

Los detalles que en Europa hemos (o han) sido capaces de crear y alimentar, de manifestar y mantener, son entendidos por todo ser humano en este planeta, pero desde el epicentro del arte tardamos en aceptar y disfrutar de las maravillas del hogar, en ocasiones, por supuesto. Y digo esto porque desde Francia, país vecino donde podríamos recabar innumerables ejemplos de creaciones artísticas, nos llegan títulos aparentemente corrientes que desbordan la gran mayoría de la industria cinematográfica, pero que por alguna extraña razón obviamos y no queremos premiar ni publicitar. Bueno, pues sigan otorgando galardones a los nipones mientras hagan lo mismo una y otra vez, pero no dejen de ver las maravillosas escenas de Chomet.

Lo que sucede en esta película es el trajín de la vida ambulante que mantiene un ilusionista, actuando allí donde le pagan y sobreviviendo sin raíces que poder estabilizar. Haciendo lo que mejor sabe hacer, lo único tal vez, se gana la vida produciendo sueños en aquellos que le observan, aunque sean pocos, muy pocos.
Una jovencita decide embarcarse con él en su permanente viaje y él trata de no defraudarla y procurarle los mejores caprichos. Atendida como una modesta princesa, ella vive sus mejores momentos junto a él. Pero cada uno ha de seguir su camino y el esfuerzo por no romper los sueños resulta agotador. Los recursos escasean y uno no puede creerse sus propios trucos si quiere seguir vivo.

Lo que mejor hace Chomet es mostrarnos unas imágenes de sublime belleza. La lluvia en un país como Escocia, retratado con una fidelidad que transporta. Interiores con aroma hogareño. Luces que van y vienen. Delicadeza y resignación en los personajes. Tabernas de obreros donde la atmósfera es palpable. Detalles y más detalles inundan cada plano para no descuidar la sensación de realismo. Hay pocos personajes, aunque muchos caracteres, y ellos no están igual de definidos en textura, sino en sus acciones. Y muchos de los segundos aparecen graciosos, descarados, vivos.

En un segundo plano, y me refiero al cronológico, nos damos cuenta de que la relación entre el ilusionista y la jovencita no se distingue mucho de la de un tío y su sobrina. Y es que la sombra de Jacques Tati se desvela con el paso de los minutos. El guión es adaptado, pero no pierde esa esencia francesa de la paciencia, de la acción pausada por los sentimientos encontrados. Ese drama francés y, ¿por qué no? europeo también que no depende de los diálogos en exclusiva y se sirve de una complicidad con la audiencia. Todo queda clarísimo, sin ambigüedades quiero decir, en todo momento, y todo acontece como podríamos imaginar por el peso de la vida cotidiana que tenemos por maestra. Pero cada momento se vive con placer por la dolorosa sensación del tiempo que corre. Por saber que ciertas cosas han de romperse, o deben suceder así para que funcionen, aunque duela.

Un guión bien intencionado que produce amor y sensibilidad. Que nos acaricia, nos arropa y abraza durante unos segundos para apreciar su aliento y sentirnos seguros por una vez en esta modernidad veloz y devaluada. Es un pequeño viaje a ese momento en el que nada malo puede ocurrir, más que vivir. Donde, aun tropezando con malas personas, nada puede corrompernos. Me acuerdo muy bien de esa estrofa en la canción: "La tristeza aquí no tiene lugar, cuando lo triste es vivir".

Finalmente, llega al clímax con el recuerdo de Tati en un cine urbano al que entra por equivocación nuestro protagonista, algo le hace recapacitar y se desarrolla la acción más bonita con apenas 4 palabras. Las nombro más adelante para no ejercitar ese desagradable spoiler que tantos emulan.
Y las imágenes también crecen, cuando parecía imposible. Podría recomendar esta película sólo por la secuencia de la ciudad a vista de pájaro a pocos minutos del final. Preciosa.

Desde aquí lanzo la invitación para endulzarse y amargarse junto a esta preciosidad, esta deliciosa y breve película de animación. El camino no termina, y seguimos en pie.

Cierro con una estrofa de otra canción que me viene a la memoria: "Que no sea todo mentira, o en su defecto no lo parezca".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Javier Moreno
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow