Por mucho que siga pensando que lo que sucede en esta película es un drama catedralicio soy capaz de afirmar que Marc Evans consigue esquivar el camino fácil y se desvía para recorrer otros caminos raros en los que el drama, casi tragedia, se ven desde la distancia. No hay otra que asumir ese drama, y una vez hecho, tras ese ejercicio de afirmación, sencillamente disfrutar de lo que nos ofrecen Alan Rickman y Sigourney Weaver. Espectáculo puro, interpretaciones a la altura de un trabajo tan poco agradecido cuando se realiza en películas que quedan al margen de las grandes oleadas de superproducciones de la industria.

El mérito de la película es saber distanciarse correctamente de ese drama inicial, pero si realmente acaba dando un paso más adelante es porque sabe dosificar la información y ofrecerla cuando más hace falta. En este sentido presenta detalles maravillosos del pasado de Rickman cuando hace falta y verdadera poesía como cuando están jugando al Scrabble. Parecía que lo que nos iba a interesar más era la vida de él y finalmente no, lo que pesa más es la locura de ella. Y lo que les rodea, los padres y abuelos, la vecina enamorada e incluso la aparición del camionero. El que haya visto "Snow Cake" me entenderá, no caigo en ningún spoiler, cuando digo que con el encuentro final con el camionero Rickman acaba liberando sus males.

Al otro lado del charco los entierros son así, cosa que nunca entenderé, cosa que hace que tengamos película y afortunados nosotros porque así Rickman se tiene que quedar en ese pueblo canadiense haciendo un alto en su camino imprevisto. Hace más de tres años que nos dejó Rickman, aquí queda mi sentido homenaje a un actor que, no tengo ninguna duda, nos habría dado muchísimo en esto del cine de no haberse ido cuando no le tocaba.