No pasa el tiempo en contra de cierto cine hecho con mimo, un cine que es el resultado de trabajar con laboriosidad los detalles y cuyo fruto permanece igual de fresco y atractivo hoy que hace más de seis décadas. Joseph L. Mankiewicz, un nombre propio colosal ya para empezar, llevó a la pantalla la historia de un espía que vista hoy sigue poseyendo un enorme atractivo; ¿cómo es posible que a día de hoy siga siendo una historia fascinante? La respuesta es evidente, se trata de una película que lo tiene todo, desde un guión sin fisuras a un actor protagonista excepcional. Hay diálogos maravillosos, hay ritmo y sobre todo en el espectador recae la posibilidad de alinearse y empatizar (o no) con la conducta de alguien (el espía Mason, "cinco dedos") que lo único que quiere es lucrarse, forrarse e irse a vivir a sudamérica como un campeón, dejando de lado ideologías, banderas y demás filias.

Es una maravilla que a "cinco dedos" no se lo oiga una palabra de amistad o enemistad hacia un bando u otro, es una maravilla que Joseph L. Mankiewicz sólo nos lo presente como alguien que quiere aprovecharse de la coyuntura y de ahí que considere que los espías de verdad carecen de sentido mercantil o de los negocios. Él es diferente, a él le da igual la palabra overload, los pozos de petróleo de allí o las reuniones de allá. Con su cámara, sus intrigas y su vocación mercantilista, pretende alcanzar otro nivel: ser servido en lugar de servir, vivir bien, gozar de una vida mejor en Brasil. Repito, una maravilla.

"Operación Cicerón" sobrevive al paso del tiempo y permanece como un clásico del género de espías por el buen trabajo de su director, por la presencia formidable de un actor que lo borda y sobre todo, porque la película avanza hasta ese fatídico desenlace que todo clásico merece. Una película así merecía un final así (spoiler, lógicamente), tras un buen desarrollo es de agradecer acabar con tan buen sabor de boca.