Habían pocas dudas en aquel entonces en decidir qué actor era uno de los mejores para pasar un buen rato. Eddie Murphy, uno de los negros más graciosos, era uno de los preferidos por todos, por mis hermanos, cuando a la hora de escoger aparecía su nombre en las portadas de las carátulas de los extintos videoclubs. Ver una de Eddie Murphy era una garantía y ahora, lo sé, tantos años después, todo parece diferente a lo que era. La chispa, el subidón de según qué momento, ha desaparecido, se lo llevó el tiempo. Sin embargo sirve, y mucho, para recordar. Recordar aquellos momentos pasados es lo más sano que se me ha ocurrido hacer un domingo cualquiera como hoy, gracias a esta película. Los años 80 están repletos de detalles, de añoranza, una época que vio crecer a tantos niños como yo. Para mí eso significa volverse entrañable: "Límite 48 horas" es una comedia que conserva algo de frescura, momentos inolvidables entre dos colegas incompatibles, pero sobre todo para mí, habiéndola visto cuando tocaba, significa recordar.