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España España · Barcelona
Voto de Tithoes:
7
Fantástico Madrid. Inmediaciones de la M30. Un hombre sin nombre camina incansable remontando el tráfico infinito. En un bolsillo lleva un mapa. En el otro, diferentes objetos, como una brújula rota, un dado con poderes, una piedra mágica y una pila de botón que siempre refleja la luna llena. A partir de aquí... La noche. El viaje. El demonio. Una flauta y una melodía. Un comienzo y un final... (FILMAFFINITY)
29 de marzo de 2018
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Lo mejor: la ausencia total de diálogos (no se trata del clásico cine mudo porque ni de subtítulos hace gala), anunciada con la advertencia “esta película no tiene sonido ni tampoco acompañamiento musical, transcurre en estricto silencio”, posibilita que se pueda proceder al visionado en cualquier lugar (siempre que se disponga de una copia digital o de un acceso privado para reproducirla, tarea muy complicada en la actualidad a causa de la escasa distribución de la obra), aunque la atención exigida por parte del director, un atrevido David González, es mucho mayor que la habitual; el actor protagonista, un inmenso Asier Hernández, trasmite las muchas emociones que su personaje siente (riendo, llorando, ritualizando, maldiciendo, rezando, vomitando, convulsionando, dibujando, esperando, implorando, comiendo, alucinando, fantaseando, sufriendo y sucumbiendo, no necesariamente en este orden ni en iguales cantidades), firmando una encomiable labor más meritoria si cabe atendiendo a las singularidades de un metraje que relata (amén de lo ya expuesto en blanco y negro a excepción de la terrorífica visión de cierta criatura) el mágico y extático viaje que lleva a cabo (caminando, cojeando y gateando) una especie de señalado (la interpretación de cada cual dictará más sentencia que el propio devenir de la trama sobre la discusión de si el don responde a una bendición o a una maldición) resguardándose bajo su sucio abrigo mientras porta un maltrecho carro para alcanzar una meta que sólo él conoce hasta su llegada; la estampa de la fuente natural es maravillosa, al igual que las resultantes de otros tantos paisajes, sorprendentemente mundanos pero increíble bellos, tales como el boscoso sendero que sigue sin dudar el prójimo o la cárcel que suponen las infraestructuras humanas.

Lo peor: la experimentación llevada al extremo que aquí se propone será recibida por la mayoría de espectadores como algo negativo al no brindar obvias garantías de satisfacción, no obstante, aquellos que aprecien este hecho más contemplativamente concebirán la ocasión como una inmejorable oportunidad para expandir sus horizontes sensitivos y ver correspondidas, al menos parcialmente, místicas inquietudes en relación al convencimiento personal que expirar pecados requiere y los sacrificios inertes en ello; la extravagancia del método narrativo puede cautivar o, por contra, desagradar hasta plantearse (o hacerlo directamente) abandonar la empresa prematuramente, es decir, renunciar a los poco más de sesenta minutos que abarca el trabajo al decidir volver a su rutina con total incomprensión (si bien la conclusión es poco ejecutable y menos asimilable para mentes poco metafísicas); la segmentación fílmica da lugar a más confusión de la ya generada por la cinta misma, explicándose poco o nada de los muchos elementos observados durante su transcurso (sin ir más lejos, y por citar algunos, los símbolos que tanto interés suscitan o la melodía que la flauta profiere, así como la lasciva lamida a dicho elemento musical de determinada escena).

Daniel Espinosa
www.cementeriodenoticias.es.tl
Tithoes
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