Un ejecutivo de posición muy acomodada convive mal con el éxito obtenido; pronto sabemos que lo obtuvo con malas artes; cuando lo quiere arreglar se le rompe entre las manos.

El resto es un recorrido a trompicones sobre una vida en la cima a punto de desmoronarse. Tragicómica, vacía de contenido en medio de confortables ambientes que no puede disfrutar.

También hay un amigo de infancia que es su opuesto: fracaso y espontaneidad mal llevada. Y una esposa de familia rica que quién sabe, tal vez, a lo mejor... ni siquiera la ama.

En el tramo final, un trepidante trhiller que puede resultar inverosímil, aunque mantiene siempre el interés porque hay una jovencita sumamente encantadora que promete mucho, y él mantiene la seducción de un triunfador que no se siente culpable sino que se sabe culpable y busca una redención lo más parecida al sosiego de los inocentes.

En gran medida la película se sostiene por Benoit Magimel, quien convence con su mirada de niño-grande, su estupor permanente, sus restos de inocencia a punto de quebrantar toda moralidad.

Lo más logrado: lo que la película no se atreve a confesar, que bien vale ser un canalla de buen corazón con tal de lograr el esplendor burgués.