Con solo dos películas, el director Pablo Fendrik irrumpió en la escena del cine nacional a puro vértigo y, sobre todo, dando muestras de un sólido estilo. Es que El asaltante, su opera prima, se convirtió en todo un hit en los principales festivales del mundo y colocó a Fendrik entre los nombres a tener en cuenta por la crítica internacional. La sangre brota profundizó el camino explorado en aquella pequeña gran película (un ejercicio cinematográfico tan simple como eficaz), y lo llevó extremo. Se trata de un thriller acelerado, crispado al máximo, sobre una familia disfuncional donde, de verdad, está todo mal. Arturo, el padre (magnífico Arturo Goetz, como siempre), es un taxista algo entrado en años que recibe un pedido desesperado de uno de sus hijos, que está en los Estados Unidos. El chico le pide que consiga 2.000 dólares en menos de 24 horas. Su mujer, Irene, guarda celosamente en una cajita unos ahorros que no piensa ceder a nadie. Leandro, el hijo menor, cree que podrá salvarse robando esos ahorros para comprar droga y viajar a la costa atlántica a venderla. Cree, además, que con esa plata podrá viajar a reencontrarse con su hermano. El trasfondo sórdido de la trama es potenciado por la velocidad que le imprime esa cuenta regresiva, cámara en mano, en la que todos los personajes están atrapados.
En medio de este escenario, aparece una chica que seduce a Leandro, pero cuyos besos le dejarán una buena marca, y una pareja de jugadores compulsivos que literalmente toma por asalto el taxi de Arturo, que por dinero tienen que aceptar cosas que van contra sus principios.
Impredecible, cruda, atrapante, lejos del costumbrismo en el que suele flotar el cine nacional, La sangre brota se desmarca de sus contemporáneas y sostiene la tensión hasta el inevitable e impactante climax final no apta para impresionables.

Lo mejor: la verdad y violencia que surge de sus imágenes, la actuación del gran Arturo Goetz, junto con Ricardo Darin y Julio Chávez forma el podio de los mejores actores de cine argentino actual.
Lo peor: algunos baches narrativos, cierta morosidad en algunos diálogos.