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Voto de Baxter:
10
7,8
35.938
Drama
Un hombre camina por el desierto de Texas sin recordar quién es. Su hermano lo busca e intenta que recuerde cómo era su vida cuatro años antes, cuando abandonó a su mujer y a su hijo. A medida que va recuperando la memoria y se relaciona con personas de su pasado, se plantea la necesidad de rehacer su vida. (FILMAFFINITY)
9 de enero de 2008
16 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay directores obsesionados con la comunicación, con la incomunicación, con la infancia, con la vejez, la soledad, con las relaciones entre sexos, con la amistad, con la dificultad de vivir, con la decadencia del género humano, con la guerra. A Wim Wenders, al igual que a su admirado director Yasuhiro Ozu, le obsesiona la creación de personajes que tengan vida propia, que se muevan a expensas del actor que les da vida; de la misma maanera le preocupa la construcción de ambientes cargados y los momentos de gran fuerza dramática. Estas expectativas, al menos en París, Texas, nunca defraudan. El esfuerzo del realizador está justificado.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Un hombre maduro camina solo por el desierto, sin un momento de descanso, sin gesticular, sin angustiarse, tan sólo viajando a pie por en medio de ningún sitio. Huye de su críptico pasado y al mismo tiempo lo busca afanosamente; es la salida de un mundo ficticio y el reencuentro con la realidad perdida, el sublime y pertinaz intento de hallar el motivo de su vida, de su desesperación y al mismo tiempo de su redención. Esa búsqueda incansable de Travis (Harry Dean Stanton) y más tarde de su hijo Hunter (Hunter Carson) por varios estados norteamericanos en busca de Jane (Nastasja Kinski) es la trama argumental de la película.
La historia, basada en un sobrio guión de Sam Shepard, está contada con delicadeza y mesura, la mejor forma de expresar emociones y, sobre todo, de contar una historia de amor y de dependencias humanas. La conexión existente con su anterior película Alicia en las ciudades no es casual, pero esta película no llega a transmitir la profundidad emocional que demanda un triángulo de personajes, unidos por lazos familiares aunque separados, como el existente en París, Texas, una cinta que prefiere las imágenes sugerentes a los efectismos, la capacidad de emocionar a las aburridas tesis. Para conseguirlo, además de un excelente guión, se necesita conocer la ubicación exacta de la cámara, el mejor encuadre, el lenguaje adecuado, el control y perfecto manejo de los actores en cada una de las escenas, la intensidad justa de luz que reconstruya los ambientes deseados y que ayude a la puesta en escena, además de enfatizar los estados de ánimo de los personajes; una puesta en escena que en París, Texas se muestra perfecta y consecuente con la narración de la película. El film lo consigue en sus casi dos horas y media de duración, sacrificando con ello la velocidad en el ritmo y puede que la amenidad, pero logrando la incorporación de bellas y poéticas imágenes que perdurarán sin duda en la mente del espectador.
Todo el espectáculo de esta atípica road movie culmina con la escena del peep show y entonces comprendemos que todo París, Texas no es otra cosa que la preparación minuciosa de esta sobrecogedora escena final. Aquí es donde la película se convierte en una obra maestra, el momento culminante donde el pasado y el presente se funden y entran en acción, se hacen confesiones y las dudas quedan resueltas, aunque ya no existan demasiadas esperanzas para una utópica vuelta atrás, a los tiempos mejores destruidos por el egoísmo y la desconfianza. Cuando se produce el encuentro entre Travis y Jane, más que un espejo, lo que ya les separa es un compacto y frío muro de silencio, levantado por celos, equívocos, incongruencias y un enfermizo anhelo de posesión y destrucción. Es un final abierto y lleva en sí un gran signo de amor y esperanza.
La historia, basada en un sobrio guión de Sam Shepard, está contada con delicadeza y mesura, la mejor forma de expresar emociones y, sobre todo, de contar una historia de amor y de dependencias humanas. La conexión existente con su anterior película Alicia en las ciudades no es casual, pero esta película no llega a transmitir la profundidad emocional que demanda un triángulo de personajes, unidos por lazos familiares aunque separados, como el existente en París, Texas, una cinta que prefiere las imágenes sugerentes a los efectismos, la capacidad de emocionar a las aburridas tesis. Para conseguirlo, además de un excelente guión, se necesita conocer la ubicación exacta de la cámara, el mejor encuadre, el lenguaje adecuado, el control y perfecto manejo de los actores en cada una de las escenas, la intensidad justa de luz que reconstruya los ambientes deseados y que ayude a la puesta en escena, además de enfatizar los estados de ánimo de los personajes; una puesta en escena que en París, Texas se muestra perfecta y consecuente con la narración de la película. El film lo consigue en sus casi dos horas y media de duración, sacrificando con ello la velocidad en el ritmo y puede que la amenidad, pero logrando la incorporación de bellas y poéticas imágenes que perdurarán sin duda en la mente del espectador.
Todo el espectáculo de esta atípica road movie culmina con la escena del peep show y entonces comprendemos que todo París, Texas no es otra cosa que la preparación minuciosa de esta sobrecogedora escena final. Aquí es donde la película se convierte en una obra maestra, el momento culminante donde el pasado y el presente se funden y entran en acción, se hacen confesiones y las dudas quedan resueltas, aunque ya no existan demasiadas esperanzas para una utópica vuelta atrás, a los tiempos mejores destruidos por el egoísmo y la desconfianza. Cuando se produce el encuentro entre Travis y Jane, más que un espejo, lo que ya les separa es un compacto y frío muro de silencio, levantado por celos, equívocos, incongruencias y un enfermizo anhelo de posesión y destrucción. Es un final abierto y lleva en sí un gran signo de amor y esperanza.