Si uno viene, como sería de esperar, del motivo que da lugar a este supuesto "legado", puede que se lleve una sorpresa con respecto al cambio de formas que imperaba en la saga. Allí donde la primera parte es ya su propio epítome, y cuya singularidad fue banalizada por unas secuelas absolutamente discutibles, esta última parte (de momento) se presenta algo más pulida en lo técnico. Los efectos de los que se hace gala hacen del terror algo más tangible y por momentos menos irrisorio que en otras entregas.

Esto nos lleva a hablar de ese sentimiento de parodia autoconsciente que aquí parece definitivamente abandonado. Digo parece porque está claro que en la repetición de tropos del género siempre asoma este conflicto, y es inevitable asombrarse ante la falta de imaginación pero, no obstante, es lo que venimos a ver. De modo que no le sorprenda al espectador, de nuevo, el típico conflicto medioambiental donde un villano humano (o dos) son introducidos para hacerlos meritorios de cualquier castigo a cargo del animal en cuestión. Tampoco se sorprenda si metemos al típico personaje que se pone nervioso y cuya forma de demostrarlo es faltando a todos sus compañeros y estar dispuesto a abandonarlos a las primeras de cambio.

Veo por ahí que se insiste en que el motivo que lleva a la trama hasta donde acaba es absurdo (una especie de competición por ver quien llega a una montaña que obliga a pasar por el "lago plácido"). Yo creo que en una película con un cocodrilo prehistórico de 25 metros (que cabe por puertas de un metro de ancho), hace tiempo que el realismo se tiró por la borda. Además, por lo menos no han intentado colarnos por octava vez al hijo o hija del sheriff divorciado que, en vez de hacer caso a su padre y quedarse en casa, se va con amigos de moral cuestionable a bañarse en el dichoso lago.