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Reino Unido Reino Unido · Birmingham
Voto de Peaky Boy:
8
Drama. Comedia A Woody Grant, un anciano con síntomas de demencia, le comunican por correo que ha ganado un premio. Cree que se ha hecho rico y obliga a su receloso hijo David a emprender un viaje para ir a cobrarlo. Poco a poco, la relación entre ambos, rota durante años por el alcoholismo de Woody, tomará un cariz distinto para sorpresa de la madre y del triunfador hermano de David. (FILMAFFINITY)
17 de diciembre de 2013
67 de 79 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Mala gente que camina y va apestando la tierra...” Ya nos avisaba Antonio de que en todos los lugares del mundo hay gente que te buscará las cosquillas, te pisará cuando estés en el suelo, se tomará la molestia de indagar en tu interior para entonces, cuando bajes la guardia, atacarte con inquina, injuriarte y jactarse de ello. Si esa persona llega a ofendernos realmente, y dependiendo de cómo de alto tengamos el umbral de tolerancia, es posible que nuestra naturaleza más animal responda de forma violenta, otorgando una victoria inmediata a nuestro indeseable rival. Pero para algo existe la justicia poética, eso que sólo suele ocurrir en la ficción y que, como un karma irritado, transformará la sonrisa triunfal del canalla en una mueca de dolor, envidia y resentimiento mucho más satisfactoria que todos los golpes del mundo. Los pelos de punta, la sonrisa nerviosa y ese cosquilleo que recorre nuestro cuerpo indican que la magia del cine ha vuelto a lograr su cometido.
Justicia es lo que busca para sus personajes Alexander Payne, un director especialista en mostrar la cara más humana y patética de la sociedad; y la poesía es el vehículo utilizado en esta Road Movie que seguirá los pasos de Woody Grant y su hijo David, dos personajes tan entrañables como faltos de miras, sin un objetivo claro en la vida, en los que se puede ver perfectamente el paso del tiempo, como si ambos fueran la misma persona en diferentes épocas compartiendo un mismo escenario. Un escenario conformado por los maravillosos paisajes que aparecen a lo largo de los más de 1000 kilómetros que separan Montana de Nebraska. Y precisamente ahí es a donde se dirige nuestro protagonista para recoger el premio de un millón de dólares que ha ganado, o eso cree él. Decidido a llegar al lugar indicado aunque sea andando, no dejará que nadie lo detenga hasta lograr su cometido, despertando así la preocupación de su hijo que le acompañará en su disparatada travesía. Por el camino se detendrán en el pueblo donde se crió el anciano, un pueblo pequeño y poético, como todo en la película, que trae viejos recuerdos a la delicada mente del viajero, y hace recordar al espectador al sin par Miguel Hernández,
“La vejez en los pueblos. El corazón sin dueño. El amor sin objeto. La hierba, el polvo, el cuervo. ¿Y la juventud? En el ataúd.”
Película agridulce que aborda con inteligente y agradable humor un tema tan delicado como es el paso del tiempo y los estragos que deja en las personas. La parte dulce la pone la pareja protagonista, dos hombres muy simples y sin ninguna maldad que se preocupan, a su manera, el uno por el otro. La parte agria vendrá del resto de patéticos personajes, como la mujer de Woody, Kate, malhablada, envidiosa y cruel que, pese a las muchas atrocidades verbales que ponen de manifiesto su desagradable temperamento, blasona de practicar un catolicismo intachable. Ella, al igual que el hermano mayor de David, Ross, destaca por su frialdad y superficialidad aunque, en el fondo, ambos tengan un lado sensible y cariñoso.
Bruce Dern borda una interpretación magistral como Woody, un lacónico y alcohólico padre que comienza a notar cómo la inevitable guadaña se acerca causándole un miedo incontenible, no a la muerte en sí, sino al fracaso. Por ello intentará remediar con un millón de dólares las carencias afectivas que haya podido tener como padre. Un gigante de la gran pantalla que, con paso errático, tambaleante y sin prisa, tendría que alzarse con el Oscar al mejor actor en la próxima edición de los prestigiosos premios. De momento, su sensacional actuación ya le ha valido el premio al mejor actor del festival de cine de Cannes. June Squibb, que ya colaboró con Payne en la cinta A propósito de Schmidt, 2002, no se queda corta en el apartado interpretativo, ofreciendo una actuación no tan conmovedora, pero llena de fuerza y buen humor sarcástico, por lo que depositamos en ella nuestras esperanzas para la estatuilla a mejor actriz de reparto.
Con semejante elenco y dirección, el guion no podía ser menos y, en efecto, el estupendo libreto se disfruta de principio a fin. Un trabajo redondo que, por primera vez, no fue escrito por el propio director sino por Bob Nelson quien, centrándose en los protagonistas, no permitió a los elementos externos apoderarse de la obra. Claro ejemplo es el momento en el que se habla de la separación de David y su novia ya que, lejos de convertirse en una dramática historia de celos, desamor y melodramas varios, el escritor simplemente utiliza esa escena como refuerzo para resaltar la pusilánime personalidad del actor, olvidándose inmediatamente después, y por completo, de la chica en cuestión.
También nos habíamos olvidado, tras los primeros fotogramas, de que la película es en blanco y negro, imaginando a los personajes en esa tonalidad monocromática, sin concebir que en la vida real sean personas a todo color. Una fotografía, a cargo de Phedon Papamichael, tan elegante como natural, una belleza artística deslumbrante, amable y cruda a partes iguales que consigue una composición muy cuidada del retrato humano sin que resulte artificial, una belleza de contrastes entre la soledad interior y la unión familiar, el encanto e inocencia infantil bajo una triste mirada que tiempo ha que asumió el inevitable e impredecible momento de su marcha. Poética, descriptiva y melancólica fotografía que evoca al mismísimo Machado, “una pálida rama polvorienta sobre el encanto de la fuente limpia”.
Peaky Boy
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