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Reino Unido Reino Unido · Birmingham
Voto de Peaky Boy:
7
Drama Años 70. Un fugitivo atraviesa Texas para reunirse con su esposa y con la hija que nunca llegó a conocer. (FILMAFFINITY)
26 de septiembre de 2013
40 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
El título de esta cinta es el recuerdo que una canción Country dejó en la mente de una persona, una frase gramaticalmente incorrecta que sobrevivió en la memoria de este individuo como no consiguieron hacerlo, ni el título, ni la letra, ni el cantante, sólo esa reminiscencia perduró, y con esta película recompuso a su manera aquella melodía.
Una historia muy simple que sirve como pretexto al director para transmitir la gran cantidad de sentimientos que en él afloraron, un magnífico envoltorio que no permite que el contenido le robe protagonismo en ningún momento. Esta oquedad en la trama no es una mera especulación por nuestra parte, sino algo que el propio David Lowery ha confesado. Su prioridad no era la historia, sino la manera de contarla, la intensidad de cada plano, la relación de los protagonistas que, aun estando juntos en la misma escena en contadas ocasiones, cuatro para ser exactos, da la sensación de que nunca han dejado de ser un mismo individuo y, sobre todo, la apariencia, esa delicada composición de formas y colores que alberga la belleza deslumbrante y cegadora de la naturaleza en su estado más salvaje y que, con todo merecimiento, le valió el premio a la mejor fotografiá en el festival de cine de Sundance.
Una fotografía totalmente cruda, que nos recuerda a la empleada por Terrence Malick en El árbol de la vida, 2011 y que se sirve, en gran parte, de la luz natural y de unos encuadres muy cercanos, aguantando cada plano hasta la extenuación para hacernos partícipes de, no sólo la acción, sino aun de la reacción, la carga emocional que queda en cada personaje de esta historia marcada por la tristeza y la soledad. Este asfixiante y magnífico recurso queda plasmado al comienzo de la cinta, en la escena en la que aparecen los dos protagonistas detenidos, agarrados de la mano, sin decir una palabra, apurando hasta el último segundo sin dejar de mirarse a los ojos. El dolor de esa separación se vuelve tan intenso y dramático que sólo esa secuencia inicial ya merece toda admiración, pues el director logra, sin usar ninguno de los viejos trucos de demagogia, una forzada ruptura tan desgarradora, frágil e indefensa como un cuerpo desnudo, una terrible sensación de impotencia que se aprecia sin la necesidad de palabras de angustia, sin gritos desesperados, sin derramar ni una sola lágrima, únicamente manteniendo la mirada de dos personas que son capaces de verse, pero que nunca antes se habían sentido tan lejos.
Tras la intervención policial, la trama deja paso a una relación como la descrita por el poeta malagueño Emilio Prados:
“Te llamé, me llamaste.
Brotamos como ríos.
Entre nuestros dos cuerpos,
¡Qué inolvidable abismo!”
El guion, escrito por el propio Lowery, cuenta las vicisitudes de una pareja de forajidos, Bob y Ruth, Casey Affleck y Rooney Mara, dos amantes que viven fuera de la ley al más puro estilo Bonnie and Clyde. Saltándose todos los manuales del drama romántico, el thriller o cualquier otro género en el que pudiera tratar de catalogarse a esta película, el realizador nos transporta hasta los años 70. No obstante, dada la atemporalidad de cada imagen, podríamos pensar que estamos en los tiempos de la prohibición, donde esa lóbrega taberna situada en medio de ninguna parte, al margen de miradas acusadoras, sirve como refugio para el joven Bob Muldoon, un fugitivo que fue condenado a veinticinco años de cárcel por tratar de encubrir a su pareja embarazada. Con una hija de cuatro años, Bob decide que ha llegado la hora de volver a reunirse con su familia. Esa vuelta a casa estará marcada por las dudas de una mujer cuya vida ha cambiado demasiado en los últimos cuatro años, al igual que sus prioridades parecen haber hecho lo propio, y un policía que vigila el perímetro, aunque su propósito parece mucho más personal que el de arrestar al criminal. En medio de este triángulo surgirán los problemas que, en forma de tres jinetes sin caballo, pondrán el toque de western a una historia narrada entre susurros con acento sureño. El guiño a la ópera prima de Malick, Malas tierras, 1973 que se hace patente al comienzo del filme, no le impide al director mostrar su personal estilo y unas preferencias completamente distintas a la hora de enfocar cada encuadre.
Una sutil y delicada pieza de arte que, sin desfallecer, se recrea en cada detalle, en cada movimiento, encontrando lo poético de la naturaleza y su interacción con el ser humano, aquello que Ken Loach llamó El viento que agita la cebada, 2006, hoy es mostrado como una unión de dos “santos” cuya conexión es más fuerte que la realidad que los separa.
Peaky Boy
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