La profecía, esos son los apellidos de la última película de la saga Wishmaster, una tetralogía de muy baja calidad nacida tarde, cuando el género del slasher sobrenatural ya agonizaba.

Chris Angel dirige la cuarta entrega de la saga y lo hace como si estuviese rodando una TV movie con melodrama incluido. Por una parte, hay que reconocer que el villano tiene, por fin, bastante carisma, adquiriéndolo gracias a unos matices que no encontraba en las anteriores películas. Por otra parte, no hay nada que resaltar más allá de eso, empezando por esa barbaridad que es traer a un cazador y hacer que la raza djinn se exponga de una manera innecesaria. Los efectos especiales, ya en 2002, siguen siendo flojuchos, culpa del ínfimo presupuesto pero mostrados de forma innecesaria por Chris Angel, que repite los errores de la anterior película, sobre todo si hablamos de esa incapacidad atroz para mantener cierto ritmo y hacerlo con un mínimo de sensatez.

Michael Trucco es la cara bonita elegida para la forma humana del Djinn en esta ocasión y el chico no se desenvuelve mal del todo. John Novak vuelve a cargar con el peso (mucho peso) de la caracterización y ofrece más bien poco, aunque de nuevo está muy limitado por todo lo que lleva encima. Tara Spencer-Nairn es la protagonista de la película y la que más tufo desprende a película de la tele de un domingo por la tarde, siendo incapaz de mostrar absolutamente nada salvo su cuerpo. Jason Thompson cierra el reparto principal encarnando a un personaje bohemio con graves problemas de autoestima debido a un accidente y, con tanto donde hurgar, se queda en la superficie.

Resumiendo: Wishmaster es una de las sagas de peor calidad de su género. La idea principal tiene su miga, pero todos parecen empeñados en convertir a un personaje con tanto potencial como el Djinn en un tipo demasiado evidente, con menos cerebro que un ratón de ordenador. Es una verdadera pena.