Byzantium es una película irlandesa sobre vampiros, amor, desengaños, soledad y sentimiento de culpa. Eso, entre muchas otras cosas. Una historia con una gran riqueza argumental con el siempre profundo tema del vampirismo como telón de fondo.

Neil Jordan dirige y lo hace encaminando su película hacia un sendero oscuro en el que la fotografía de Sean Bobbitt no tarda en convertirse en un personaje más, tan importante como el resto para captar las emociones que vuelan en el aire bajo la voz en off (a veces, las menos, innecesaria). Jordan nos dibuja un bonito retrato intimista a modo de road movie con pocas paradas pero con mucho recorrido interior de los personajes, que muestran su evolución aunque más que hacerlo en pantalla, ese cambio se nos da en forma de recuerdos y de acciones durante la película que son la reacción a una acción del pasado. Esa magia del relato en el que los saltos hacia atrás son una constante, es, a su vez, el impedimento más grande (junto a los momentos en los que sobra la narración en off) para que la película se convierta en un producto sólido y solvente durante todo el metraje.

Saoirse Ronan hace un trabajo descomunal, tan plagado de emociones cruzadas y tan lleno de sensaciones que su personaje analiza sin llegar a entender, que logra que el público se sienta como ella desde el momento en el que empezamos a saber qué es lo que le pasa. Gemma Aterton no se queda atrás y completa un binomio protagonista que alcanza el sobresaliente. Sam Riley está brillante también en un segundo plano y Jonny Lee Miller aprovecha también su espacio para dejar buen sabor de boca.

Resumiendo: Byzantium es una muy grata sorpresa. Cine negro plagado de emociones con la controversia del vampirismo y su insoportable inmortalidad como marco para que se desarrollen los acontecimientos. Neil Jordan, como ya hizo en Entrevista con el vampiro (1994), dirige con calidad una película que desprende aroma a clásico, asemejándose, aunque con enorme distancia, a la maravillosa Déjame entrar.