Terror en Amityville da la salida a una larga saga de películas que toman como referencia la famosa casa embrujada, aunque solamente las dos primeras entregas son "adaptaciones" de sucesos reales.

Stuart Rosenberg es un tipo al que envidio. Trabajó con gente como Jack Lemmon, Paul Newman (con éste en múltiples ocasiones), Catherine Deneuve o el legendario Orson Welles entre otros. Pero además, Rosenberg era un monstruo tras las cámaras. En Terror en Amityville demuestra tener una percepción extraordinaria del mundo del cine. Mide los tiempos con precisión y nos regala una factura excelente. Su juego con los planos, encadenando varios de un mismo personaje desde distintos ángulos en ataques frenéticos de energía, así como su impresionante capacidad para la puesta en escena y el desarrollo de éstas consiguen que el resultado de la película a nivel puramente cinematográfico sea de matrícula de honor. Ayudado por una excelsa banda sonora que acompaña durante gran parte del metraje a los personajes y al espectador, Rosenberg consigue un trabajo técnico soberbio que desemboca en una gran película a pesar de las muchas deficiencias del guion, que adapta el libro en el que Jay Anson contó la (muy cuestionada) historia de la familia Lutz.

James Brolin es el "protagonista principal" (perdonad la redundancia, pero es necesaria) y, ayudado por una extraordinaria labor de maquillaje, hace un trabajo completísimo, metiéndose en el papel de pies a cabeza y llevando a cabo la compleja labor de reflejar con miradas y gestos lo que su personaje calla en palabras. Margot Kidder es el punto negativo de la pareja principal, debido a un sinfín de momentos en los que sobreactúa de manera escandalosa. Tras ellos, unos secundarios sin demasiada relevancia asoman la cabecita con más fortuna unos que otros; muy buen trabajo el del veterano Rod Steiger, así como el de la joven Nitasha Ryan, que consigue ponernos los pelos de punta. De K.C. Martel y Meeno Peluce (los otros niños) no puede decirse nada positivo ni negativo, pues simplemente pasaban por ahí.

Resumiendo, que es gerundio: pese a las extravagancias del guion (sobretodo en la parte final) y a alguna elección cuestionable en el reparto, Terror en Amityville es un fantástico ejemplo de lo que debe ser una película de terror, pues no entra en excesos y se vale de la sugestión, de la insinuación y de enseñar un poco de carne sin dejar ver nada para mantener al espectador con dolor de cuello de tanto vigilar su propia espalda. El mérito, sin duda, es del señor Stuart Rosenberg. Por cierto: enorme Resplandor. Sí, en mayúscula.