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España España · santiago de compostela
Voto de berenice:
6
Drama Narra la historia de Lola Montes (1821-1861), cortesana y bailarina famosa en toda Europa. Nacida en Irlanda, Lola (Martine Carol) fue la amante de grandes hombres como el músico húngaro Franz Liszt o Luis I de Baviera. Ya en el ocaso de su carrera, trabajó en un circo de Nueva Orleáns, Luisiana, donde realizaba un número acrobático mientras un maestro de ceremonias (Peter Ustinov) narraba al público su escandalosa vida. (FILMAFFINITY)
15 de enero de 2013
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
No se pueden retratar las individualidades del Romanticismo, (las más genuinamente individuales), estando más preocupado del bonito arco que sujeta el techo de una posada que de las personas mismas. Así, Franz Liszt no es nadie, una pieza de belén. El alma de Lola Montez no comparece casi en ningún momento, porque está rodeada de enanos, juegos de luces circenses, planos generales... y Martine Carol es una actriz que me parece tremendamente limitada. ¡Cómo lo hubiera hecho Sara Montiel! No puede ser que en el palacio del rey Ludwig siempre haya tanta luz, tanta falsa luz de focos de cine, pero, con todo, el romance con el rey loco de Baviera es lo más conmovedor del film. Barroquísimo film, hasta la náusea, donde los personajes pululan casi todo el tiempo en planos generales, entre todo tipo de objetos, apretados, comprimidos, sin dejarse ver nunca del todo. Si es pudor, no lo sé. Si es estilo, es un manierismo algo cargante.
De Peter Ustinov, siempre a varios kilómetros del espectador, no se puede decir nada, salvo que pocas veces le recuerdo tan don nadie, tan mediocre. La escena en que le ofrece el contrato a Lola, digámoslo sin rubor, pertenece a lo más pedante de la historia del cine francés, (al margen de que no esté de acuerdo con otros críticos sobre la degradación pública y pagada que anuncia; eso es mucho más viejo). Y la transmutación de la vida al circo, y del circo a la vida, al estilo del Wedekind/ Berg de "La caja de Pandora" y "Lulú", (probable referencia para Ophüls, aunque no he visto la versión cinematográfica de Pabst), queda diluida en un océano escenográfico y de movimientos de cámara a la postre inofensivos, complacientes en sí mismos. A la femme fatale que acaba devorada a sí misma en medio de la tristeza hay que olerle el aliento, si no no es "fatale". Ophuls siempre tuvo estas tendencias, pero en otros filmes sí lograba conmover a base de estilo frío, lo cual era un milagro cinematográfico.
Mención final a la partitura del gran Georges Auric, lejanas ya sus extravagancias de los años 20 y 30. Excepto en el vals principal, remedo acomodaticio de un éxito reciente, (Moulin Rouge, John Huston, 1952), sabe quitar brío romántico a la partitura, conectando con el espíritu del film, usando poco la cuerda y buscando sonoridades circenses y metálicas. Uno de los grandes autores de bandas sonoras de todos los tiempos, hoy no tan recordado como debería.
Una vez vista la película, y con su recuerdo de pocos días, se cae en la cuenta de que es un film singular, único, pero fallido. Y también hay que confesarse: aburre bastante. No verlo en versión original, con el acento cansado y triste del rey Ludwig, es estropearlo definitivamente.
berenice
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