Haz click aquí para copiar la URL
Voto de José (FullPush):
9
Documental Aclamada película-diario de 5 horas de duración, realizada a partir de imágenes de distintas grabaciones acumuladas a lo largo de 50 años. (FILMAFFINITY)
3 de octubre de 2015
16 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jonas Mekas ha filmado una isla. Un territorio que respira y que se expande con reminiscencias enlazadas “al azar”. Un juego que no es meta-cinematográfico siquiera: está más allá del tiempo y en el tiempo, es un pedazo de existencia “insignificante”, nada más. No importa aquí el formato, ese es sólo el punto de partida para echar a andar, para justificar, si se quiere, la “moralidad” o la conveniencia de atizar sin pausa los recuerdos con el fin de destilar el brillo oculto, la pátina de magia que se esconde en cada instante si se observa con los ojos adecuados. Mekas es un hombre viejo que observa su vida, que lo lleva haciendo desde siempre, obsesivamente, con la esperanza de apuntalar la memoria y que los ríos que conforman la experiencia no se escapen, sinuosos, hacia ningún lugar, más allá del cuarto oscuro donde acechan los fantasmas de la muerte. No es tarea fácil, aunque lo parezca, abordar la realización de una obra como esta, que se erige en templo de oración para el autor y, por extensión, para la raza humana en tanto sujeto viviente, accionador (in)consciente de acontecimientos y emociones. Y es que en el transcurso de este ir y venir de fragmentos más o menos luminosos vienen a la mente, de manera inevitable, los recuerdos de tu vida, confirmando la intuición del director de que “todas se parecen”. Mientras, el cauce de los ríos invisibles se dirige inexorable hacia la mar, donde habitan el olvido o el mismísimo infinito. Aprovecha el momento, por si acaso.

Hay varias formas de afrontar esta no-obra y varias formas de quedarse fuera, bajo el umbral, vacilantes al tomar la iniciativa y ejecutar ese paso que precede al ahogamiento. Aquí no queda otra que calarse hasta la médula del hueso con la vida, sea la tuya o la de Mekas, poco importa, nadie escapa a su pasado, nadie es libre de decir que aquel camino del que viene fue casual aunque lo fuera: el camino has sido tú; sigues siendo ese camino, como ya dijera Faulkner. Conviene aprender a ser humilde, eso es algo que el vivir se encarga de enseñarte antes o después… Decía que hay que calarse hasta los huesos con el néctar, exprimir hasta la última gota de existencia, arrancarse los inútiles disfraces y aparcar los artificios (“capas y capas” de hombre). En cambio, hay que desnudarse para no perderse lo inaudito, que despunta entre los ruidos y las prisas de lo obvio esperando su momento de eclosión como una estrella –o un milagro de luz- en el silencio de la noche. Esta humildad, esta certeza de la incertidumbre y de lo inútil del Saber de las mayúsculas sólo las da la perspectiva del tiempo, la vejez del hombre que se mira a sí mismo desde la distancia y que se ríe. ¡Hay tanta belleza en este mundo! Pero nos empeñamos en racionalizar y catalogar cada minucia, en convertir en lenguaje articulado el tartamudeo del que está frente a la vida y enmudece, como el chico de Zerkalo (1975). Qué necesario entonces tropezar como solías con las patas de la mesa.

Por su parte, ante la incapacidad de ser plenamente conscientes de todas las particularidades y matices potenciales de cada momento vivido durante su transcurso, sólo queda dejarse llevar, pues los hay que nacen sabiendo vivir y los hay que van improvisando sobre la marcha con más o menos éxito. Nunca se sabe. En este sentido, nada más reparador que la fragmentación de la memoria y su poder sublimador; nada como la capacidad del ser humano para significar y dar sentido a sus recuerdos, único reducto plenamente suyo en el que invocar el fuego que se apaga o el espíritu que se marchita. Aprovecho para recordar (y señalar la estructura de vasos comunicantes del arte) cierta reflexión de Woody Allen: “no sé si un recuerdo es algo que se tiene o algo que se ha perdido”. Mekas lo tiene claro: su obra es un estertor que canta a la cotidianeidad de los milagros por obra y gracia del registro, sea de la cámara o de la memoria, al final son uno solo, un ojo avizor en busca del tiempo perdido, el mismo tiempo que compone el instante precioso donde una sonrisa se forma y se evapora, casi sin notarlo, aunque aquí “no pase nada”. Vuelvo a decirlo: basta con ser (o sentirse) viejo para constatar que todo pasa y ¿nada? queda… no, eso no es cierto. Siempre está el poso, la humedad del vaso sobre una mesa y el sabor del vino garganta abajo. Es decisión de cada uno cómo afrontar la realidad, cómo adornarla y enriquecerla, cómo rendirse en gratitud al constatar su inmenso poder renovador. Como estertores en busca de luminosidad o de sentido, decía. Réquiem por la muerte en esta oda a los relámpagos felices.

-continúa-
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
José (FullPush)
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow