Una cinta que fracasó estrepitosamente en su estreno y que ha pasado sin pena ni gloria por la historia del cine. Sin embargo a medida que han transcurrido los años la película se ha engrandecido por la complejidad psicológica de sus dos personajes y el tempo milimétrico de cada secuencia, Spader una vez más se recrea en el joven de buena familia, un tanto ingenuo, brillante, y Amick en una calculdora vividora psicópata de altos vuelos, nada histriónica, sin brotes psicóticos, solo frialdad ártica, logradísima.
El final es previsible por coherencia y no por falta de imaginación. Quizás pueden fallar los sueños polichinelas de Spader que le restan solidez al trato de la sociopatía de la situación que sufre el portagonista al verse desbordado por la maldad de la chica.