La premisa si bien no es realmente original, al contrario, es clásica, se podría decir que hasta bíblica de alguna manera, daba para hacer algo con más ingenio, mucho más interesante.
El problema que tiene en general las películas de terror argentinas es que no saben muy bien como encarar el tema y van probando de diferente manera lo que hace que el relato se resienta porque no resulta coherente ni parejo.
Lo peor: que en el fondo por su falta de presupuesto, creatividad y tratamiento plano termina pareciendo el capítulo de un unitario.
Esos toques de costumbrismo para tratar de darle toques naturalistas a la historia tampoco están logrados, no saben mezclar la cotidianidad con lo perturbador, es un problema de gran parte de los cineastas nacionales.
Que los giros y el cierre sean totalmente arbitrarios.
Lo despareja que resulta, gran parte de la historia se maneja como terror psicológico con tintes sobrenaturales, que digamos era a pesar de todos sus errores y desprolijidades lo más logrado de la propuesta, pero hacia el final meten gore totalmente innecesario y mal hecho, lo que en mi caso le termina bajando un punto más.
Lo mejor: el duelo actoral entre Eduardo Blanco (Tito) y Héctor Calori (Ferdas) aunque al primero apenas se lo escucha ya que además de tener un tono de voz muy bajito habla rápido y la película (como varias argentinas, otra falencia) tenia problemas de sonido.