Nadie podrá dudar que, por encima de falta de precisión o de montaje casero, la película tenga un estilo propio y una forma peculiar de dibujar una venganza bajo una conducción clásica del género, luego ya el poder mediático de la imagen del muñeco en sí ya ayudan mucho a que el terror, la gamberrada y la violencia provoquen buenas sensaciones en el espectador, un duelo de posesiones con su componente ácido y con mucho ingrediente ochentero, con un curioso uso de la primera persona, o quizá del "primer muñeco", en los planos de movimiento, sin abusar de sus cualidades para otorgar dosis controladas de cada una de ellas, sabe generar una atmósfera e ir dotando de pasos y vida al elemento inanimado, pena que apenas esté dotada de un razonamiento de fuerzas superiores o magia negra, o alguna pincelada científica.

Cuanta más vida tiene el muñeco, más insensata se vuelve y más se aleja del terror, pero también adquiere mayores dosis de originalidad, la perversión se cita con la muerte sin mayores intenciones que proporcionar un espectáculo obsceno de miradas y cuchillos, Chucky no tiene piedad y llega muy vivo a las secuencias finales que al menos no hunden, como suele ocurrir, las sensaciones generales del producto, Chucky anda suelto y no va a parar hasta acabar con todos y recobrar lo que le pertenece, Chucky recorre la ciudad sin que nadie lo detenga, Chucky cambia su mirada enfilando al infierno, Chucky es uno de los personajes más ingeniosos y genuinos de la historia del cine.