Bajo ese agradable y educado ambiente rústico acostumbrado, se deja fluir un contacto pacífico bajo la invasión de lo anormal con gran dosis de magia y encanto, un resumen que también podría valer para toda la biografía de Miyazaki aunque esta vez sin el componente bélico o conflictivo, simplemente es una historia de experiencia e ilusión, de la felicidad en el hogar y de amor por la naturaleza, un producto nutritivo para todos los públicos como sus arrozales pero que lógicamente centra sus habilidades en la de su fantasma, con esa vitalidad en cada viñeta y técnica única de sombras y colores, un juego de hermanas al que estamos todos invitados para convivir con la infancia, aquella época en la que la curiosidad era más fuerte que el propio miedo.

Se atreve a advertirnos de que otro mundo es posible, que en el bosque existen extraños reyes que puedan ser buenos amigos; agradecida en su montaje y cargadas de grandes y buenos sentimientos, totalmente decidida a compartir y con muchas ganas de diversión, con un potente estímulo psicológico, incluso superior al espiritual, "Totoro se ha llevado el paraguas de papá", escenas simples pero increíbles de semillas mágicas, es una película de recorrido único, expresión activa en cada secuencia y ajena al horror aunque lo vaya perfilando, nada es sintético, todo está sometido a la madre naturaleza.

Representa al ciclo de la vida en el papel de la madre que va tomando peso desde el silencio hacia un ataque moral para encontrar en la desesperación el contraste entre reir y llorar, puede que en el truco final ya se pierda un poco, pero tenía derecho a liberar toda esa energía a bordo de una guagua-gato alucinante y así comparar el drama con la propia exhibición, para no perder ese recorrido visual y mágico de la protección del rey del bosque, una película inteligente, sensible y mimosa, "te queremos mamá" en una piña.