Cine cercano que permite una expresión improvisada y humana sobre el trauma de la juventud y algún apunte sobre el sistema educativo, una convivencia sobre desfavorecidos con habilidad para retratar la disciplina basada en el cariño y la atención negados por sus familias, sin la sensiblería acostumbrada y con finales verdaderos y anunciados, una intimidad que encuentra un punto positivo en la comparación con las experiencias y vivencias de los propios cuidadores, una película cultivada de maravillas y rarezas, con el tacto suficiente como para la comedia, enseñando el avance desde dentro y desde fuera sobre la ayuda, la crisis y la humildad.

No se trata de un relato agresivo ni transgresor, más bien enseña el camino adaptándose a la realidad, tiene ese ingrediente que siempre comparte el buen cine independiente y se las arregla para concienciar al espectador mientras explora las mentes dañadas del hogar, la soledad y la amistad se confrontan entre generaciones, la familia de acogida tiene tiempo para la esperanza pero no rehuye de la ansiedad y el drama, el cuento del pulpo y del tiburón resume un sistema de tendencias suicidas y homicidas, una cámara flotante que resulta cansina pero muestra el bloqueo personal mientras toma protagonismo un embarazo que suena a recurso para introducir la acción reacción propia del cine convencional.

Y es que el estímulo va decayendo y queda reducido a la confesión y al fluir de sentimientos, la descarga no va más allá de las lunas rotas, "Las vidas de Grace" no busca llamar la atención ni aprovecharse del tema para manipular, no cae en el exceso, pero quizá la vivienda no sea tan oscura como debiera, falta enseñar más conflicto y llega a impacientar hasta que todos aceptamos que será una gran madre y que Marcus se puede tomar su capuccino, y en buena compañía, el mensaje tiene su parte de hay probabilidades de triunfo para unos, mientras otros vuelven a escaparse corriendo.