Un apetecible sur de Francia es el último antojo para la magia y el arte acostumbrados, rodeados de ese humor que siempre se emana, genios egocéntricos y variopintos, un espectáculo estresante sobre una vida pintada como desagradable, brutal y corta, ese ritmo que va complicando una trama de la alta sociedad y, como no, el nacimiento de relaciones extremas bajo trucos y sesiones, la razón frente a la telepatía acaban congeniando en una obsesión sobre la que se tiene tomada la medida en todo momento, se maneja bien en la comidilla y el deshonor, pero, en comparación con otras, tiene mayor contenido en chistes fáciles que en profundidad psicológica y el dilema no va más allá de la clásica acidez.

Destaca ese sutil sarcasmo en una farsa astuta del contacto con lo oculto, una artimaña que se deja adivinar pero se disfruta igual, pero no es capaz de poner en entredicho a la ciencia, no consigue ir más allá, es pues, una película charlatana con algo de inteligente cinismo, basada en el dinamismo de las creencias del protagonista y por tanto se tambalea a la mínima brisa de ojo crítico, no hay dudas de que se trata de una cruzada simplona y repetitiva, de base volátil, tan casual como esa lluvia inoportuna, sin acierto en la escena romántica, por mucho que el universo ya no parezca amenazante, "Magia a la luz de la luna" es una historia ridícula más que embarazosa.

No hay radiografía humana, se trata de una tontería de aquel que se enamora y cambia su visión de la filosofía, la ciencia o la religión, y en eso si lo clava, el personaje femenino no es místico, pero el modo es sensato, se desenmascara desde una propuesta educada hacia las vibraciones del sentido común, conquista la mente y el corazón y los hace compatibles, siempre rica en el vocabulario y las citas, se termina por agradecer esa pasión especial... un seductor enredo para una experiencia poco gratificante sobre el egocentrismo y la envidia, sin química ni magia, como hecha a toda prisa hasta escuchar la señal.