Clásica película española de los sesenta con Marisol a la cabeza, producto diseñado de antemano con todas la tablas y los moldes dirigidos hacia el drama tristón y la alegría final enternecedora, resplandeciente, para tranquilidad de las almas que con fidelidad obligada se lo tragaban.
Reconozco y advierto que hay películas con Marisol, y otros muchos actores de gran valía, que logran obras nacionales de gran valor artístico; no es el caso. Ésta es aburrida como ninguna, con el agravante que estaba pensada para todos los públicos, pensada para que los pobres niños disfrutaran viendo a Marisol y lo único que podían hacer, entonces, era esperar con resignación que acabara de una maldita vez.
Tiene a su favor el estupendo elenco de actores, con la aparición de Robert Conrad, que entonces triunfaba en la televisión con la serie Jim West.
Por respeto al trabajo de todos doy cierto valor a la película, y en especial porque ofrece la oportunidad de ver bailar a Antonio, un bailarín como pocos ha habido.