Tanganica no es ningún descubrimiento. Así de claro. Nada se gana, nada se pierde con ella. Lo que más fastidia es el insulso romance y las extrañas excusas que acontecen en este sucedáneo de safari que se nos presenta. Una gran ocasión perdida por el bwana, Van Heflin, que se encuentra por arte de birlibirloque con una fémina tan despampanante como Ruth Roman.

Y si nos adentramos más, diremos que esto ni siquiera es un safari a pesar del bwana, la chica y los portadores. Es una incursión en terreno peligroso al estilo Corazón de las tinieblas para acabar con una especie de revolucionario que tiene soliviantada a una tribu de guerreros.

Es imposible creerse el plan inicial de tal enfrentamiento. ¿Unos amables, pacíficos y obedientes portadores van a enfrentarse a una tribu guerrera ávida de sangre y triunfos? El hecho de una más o menos correcta narración hecha por el famoso deThot, con inclusión del obligado y aceptado montaje de imágenes documentales de animales salvajes en acción, es lo de menos. Uno quiere ver más pasión, algo que nos haga soñar con el África inexplorada de los tiempos de las colonias, de Iradier, Livingstone, del marfil y de los rinocerontes. ¡Qué venga Clark Gable, por favor!