Me imagino que Hugh Grant se ha quedado ya para ésto. Para el granero del ofertón. Igual que su compañera de reparto. Pero bueno, no está mal, de algo hay que vivir y éste es un género tan digno como otro cualquiera. No porque sea más reposado es más fácil, al revés, es muy difícil lograr un pleno en una comedia romántica.
En ésta de los Morgan la música es acertada y el entorno elegido muy bonito para contemplar: el rodeo, los vaqueros… El humor es fundamental y aquí hay que aceptar que prácticamente brilla por su ausencia. A pesar de ello mantiene un nivel que no se atraganta.
La pareja discurre con sus problemas matrimoniales en un plan muy suave. Bien, se acepta sin problemas.
La cuestión de la nueva identidad para estar protegidos como futuros testigos en un caso de asesinato y tráfico de armas se mantiene ahí, válida como argumento para que la pareja tengan que seguir juntos, pero no da para mucho más.

Supongo que no se le puede dar más que un aprobadillo y menos con un final tan poco trabajado; yo se lo doy por Sam Elliott, el vaquero del viejo rancho de La Rosa Amarilla, que cumple sin mover el bigote siquiera, sabedor de lo flojita que es la peli que están rodando. Y por su frase después de oír a la rubia de turno decir una tontada: “Nunca hay un buen incendio cuando más se necesita”.