Un rincón en los mares del Sur, una isla del Pacífico, es el escenario ideal para una historia de amor. La presentación es tan sencilla como el argumento, un pastor anglicano mantiene estrictamente la moral de los nativos por medio de la fuerza, al llegar el señor Morgan, se supone que por casualidad, buscando seguir viviendo al día, surgirá el enfrentamiento.
No se trata de enseñanzas, tal vez se ve que muchos, el pueblo en general y algunas personas en particular, necesitan a veces de un empujón para tomar decisiones, para rebelarse. En este caso el señor Morgan no es un intervencionista, no quiere influir en nadie, al contrario que el pastor.
Si hubiera alguna moraleja que destacar, es que tanto pueden influir las ideas de uno, como las del otro en aquel que se niega a ellas, al menos cuando las aguas se amansan.
Gary Cooper se desenvuelve bien, sin esfuerzo, en una película convencional, con parte referida a la guerra con los japoneses dada la situación de la isla, pero que destaca por alcanzar para el espectador el ideal de un retiro lejano lo más parecido al paraíso, lejos de mundanal ruido; tal vez el sueño de muchos que queda como una quimera. Aunque la película no es un muestrario de postales maravillosas ni va de eso, eso sí: Nativos alegres y algún baile floreado y un final que busca la ternura sin más.