Para ver esta película hay que tener un poco espíritu adolescente. Algo así como aquellos chavales que en el cine se ponían a aplaudir cuando llegaba a la carrera el 7º de Caballería tocando el cornetín. Si eres incapaz de adoptar ese espíritu, seguramente Fort Yuma no es tu destino. Aquí no hay 7º de Caballería, aquí hay una columna de soldados yanquis en misión de transporte a través del desierto hacia Fuerte Yuma, y los apaches acechando. Los apaches aquí son guerrilleros muy peligrosos y los héroes no son sólo ellos, también hay héroes entre los rostros pálidos.

Se da la curiosidad en este trayecto que aparece una especie de correlación, de paralelismo recíproco, con una atracción llena de fuerza entre una predicadora y el rastreador indio del ejército, y entre la hermana india del rastreador y el jefe de los yanquis. Los hermanos autóctonos rompen barreras y van a conectar con los foráneos para demostrar que no hay contaminación ante seres invasores, que no son dañinos y lo que haya entre ellos nadie lo puede saber ni a nadie le interesa, son cosas suyas y nadie puede juzgarlo, y menos si ese alguien no ha vivido nunca un enfrentamiento a muerte contra un ataque apache en clara desventaja.

Reproches los hay entre ellos pero lo que cuenta, lo único que vale, es lo que se digan a solas, y que se quieran. No tienen porqué ser amores imposibles. Y en ese aspecto la narrativa está bien expuesta, y al que se atreva a juzgar a las personas porque sea indio o rostro pálido... ¡Qué le corten la cabellera!