Mientras arreglan su barco mercante, el capitán Ulises Ferragut (Fernando Rey), se da una vuelta por Pompeya; la reparación va para largo. Este puede ser el prolegómeno de una aventura interesante que nadie querría perderse. Surge un idilio con una misteriosa mujer que se cruza en el camino; ella mantiene un círculo de amistades inquietante y encima, de fondo, un plan oculto nazi.

El argumento no puede ser más prometedor, el caso es que lo visto nos lleva a otras consideraciones. Fernando Rey es un gran actor y lo demostró, aquí y fuera de nuestras fronteras cuando apenas se venía de fuera a nuestra tierra a hacer fichajes, al lado de esa gachí llamada María Félix hay que dar la talla y cumple a pesar que por los tiempos que corrían por aquí falta psique cínica y sobran modales.

Así que hay recursos para el enamoramiento total y absoluto de ella, más o menos atractivos o aunque algo solemnes. Con la tragedia marítima, la trayectoria de la película deriva hacia un dramón tormentoso. Desde mi punto de vista, ha faltado ensañamiento en las intenciones carnales. Sabemos de la limitación por la censura, de acuerdo, pero podía haberse rebajado ese aire de castidad y devoción amorosa con insinuaciones disfrazadas; y sobre todo ha faltado algo de exaltación de la maldad, de apología del nazismo por parte de los espías para dar más nervio y crueldad al entramado, estoy hablando de más secretismo, creo que se me entiende.

Satisface, en todo caso, viéndola como historia convencional, comedida y propia de la época donde queda anclada.