Maravillosa película intimista, como dirían los críticos, de un hombre que se va a vivir a la caseta de un guarda agujas de las vías del tren, hoy día abandonada.
El hombre lleva por equipaje la pesada carga de ser diferente: es un enano. Lo que no sabe es que justo enfrente, en el descampado, tiene al del carrito de los helados, un cubano majete que rápido tratará de entablar amistad con el recién llegado y que, a la fuerza, y poco a poco, conseguirá sacarle de su caparazón.
Las secuencias son muy bonitas, siempre una foto de colores suaves con planos horizontales: el paisaje, las vías, el vagón de un tren… y, a continuación, se suman los personajes con armonía porque esta película tiene el don de la armonía. Está muy conseguida.
El trío se completa con una mujer separada. Con anterioridad perdió a su hijo en un accidente y eso la sume en altibajos emocionales que paga con el que esté a su lado.

Ver pasar un tren tiene ese fondo romántico de los viajes, de pensar en la gente desconocida que se va y que ignoramos todo de ellos. En este caso no vamos de viaje pero conocemos tres personas que avanzan a duras penas por la vida y vemos vagones en vías muertas.
La película no se hace pesada en ningún momento, al contrario.
Resalta la sencillez y la sinceridad de los personajes: la terrible historia con la que tienen que vivir el enano y la madre y las ganas de compañía del joven que no puede estar solo.
Los tres juntitos se sientan tranquilamente a ver pasar las nubes y van consiguiendo salir adelante.
A darle un ratito al pico con buen humor.