A George Raft, conocido también por sus memorables desplantes a películas que luego fueron un éxito, he aprendido a apreciarle. Uno se entera que empezó siendo un buen bailarín y de carambola en carambola terminó haciendo carrera en el cine. Formó parte de la bolsa de trabajo junto a actores de planta similar: Mickey Rooney, James Cagney, siguiendo el ejemplo de Edward G Robinson. Tipos duros que lo mismo valían para un roto que para un descosido. Eso eran actores, sí señor, de largo.

George tiene porte elegante y picarón. Creo que se mofa de todos en Inglaterra pero también las pasa canutas y la agente británica le baja los humos a la primera. Detalles que cuentan. Enseguida se desmarca a bajar del avión y emprende una búsqueda sin perder el hilo en ningún momento. Alguno que se dedica a empujar también se desmarca y no vuelve a saberse de él, pero eso es como la vida misma. Hay personajes dignos de tener en cuenta. La mujer jefa de la oficina (Patricia Laffan) es de un magnetismo raro de encontrar hoy día, despide misterio a cada paso. Es de ese tipo de mujer sofisticada, fría y malévola como aquella de La casa de la calle 92 (1945), aunque ésta era peor, que hacían de contacto con el enemigo en la sombra. Aquí el enemigo, como potencia europea, también es desconocido para el espectador, está raptando a científicos seguro que para crear armas estratégicas, pero George Raft se viene de EEUU a deshacer el entuerto. Viene solo, sin problemas, y encima encandila a la agente británica. No va más, señores. Película indispensable para los coleccionistas.