Ver a Robert Mitchum y Gilbert Roland tiene su punto nostálgico. El uno de aventurero americano que tan bien le queda, y el otro de coronel mejicano con acento (doblado) que parece a veces de guasa. Está al mando de un pequeño ejército revolucionario de hombres zafios a todas luces, el prototipo de ejército a lo Pancho Villa, que no reciben más que patadas y malos modos de su coronel como: ¡Tú cállate, pelao! Todo muy clásico y gracioso.

El caso es que la vida revolucionaria es tan difícil que entre asaltos al tren y escaramuzas con el ejército regular, no se puede evitar notar un cierto desorden en el ir y venir a caballo de toda la tropa, lo mismo que encuentros entre los personajes con demasiada facilidad para lo que puedan ser esos vastos territorios.

Lo bueno es que hay unas preciosas estampas fijas de encuadres de lo más sugerentes, en la playa, en los pueblos, en las montañas… Son tomas largas de gran colorido; igual que los momentos de Robert Mitchum con la mujer del traficante de armas, muy aposta para presentir algo más entre ellos. Estas cosas hacen que la acción quede bien adornada y sigamos al alacrán en su romántica y peligrosa aventura.