Es un dicho que puede funcionar al principio. Sí es verdad que la película es bienintencionada y cuenta con correctas interpretaciones, con los físicos muy apropiados para cada personaje: El médico cascarrabias, su ladino socio con cara de malo, ella guapa, Juan de rostro agradable, sus amigos con pinta de profesores chiflados y un bonito mundo que te dice que para la gente inteligente con grandes carreras y grandes triunfos personales, al final lo que verdaderamente cuenta es tener amigos y unas pocas monedas para poder invitar a cervezas. O a café, según toque.

Muy correcta en cuanto a su mensaje pero demasiado estereotipada y repetitiva. Imita el trato de las clásicas comedias de Frank Capra o Howard Hawks, como Bola de fuego, con grupo de sabios cortados por el mismo patrón, acompañados de un protagonista idealista con chica enamorada, y de fondo una sociedad proletaria feliz en su conformidad.

El caso es que también es verdad que habla de la escasez de miras, de la escasez de ganas para progresar uno mismo, de la escasez de esfuerzo, de flojedad. Habla de que un traspiés, sin más, te lleve a la rendición y de ahí al hedonismo de la pura vagancia y del discurso tontorrón. El hecho que todos son eruditos y hombres de ciencia no hace el utópico fin más válido, ya que poder disfrutar de un buen hogar sin cucarachas correteando por la cocina y con alguna comodidad de más, gracias al haberse esforzado estudiando en la juventud, no implica que el día de mañana tengas que renunciar a ser generoso y tener muchos amigos.