Qué fácil resulta decepcionar a la familia. Uno se ve a menudo obligado a hacer cosas (o más bien dejar de hacerlas) para que en casa los ánimos estén calmados siempre, para no defraudar a los suyos. Y acaba jodido porque se frustran su libertad, su posibilidad de elegir y de decidir, sus ganas de escapar y de darse de bruces con la realidad.
En una típica familia rural brasileña, se nos presenta a Tonio (Santoro) que ha tenido que asesinar al primogénito de otra familia rival porque anteriormente esa familia asesinó a su hermano mayor. Ahora recae sobre Tonio la siguiente "venganza". Por eso, el chaval, aparte de por la pobreza familiar, vive con el yugo de saber que, cuando la sangre de la camisa se torne amarilla, morirá. Qué rabia y lástima da ver su cara tiznada tan tristona todo el rato. Y todo por un estúpido ajuste de cuentas entre clanes. Tonio sabe que si se escapa, será una deshonra para su padre así que, mirando al suelo, se queda del lado de su familia. No hay escapatoria...
La historia, narrada en forma de cuento por el hijo menor de la familia, es siniestra y dolorosa a la par que suciamente bella, gracias a una fotografía en tonos marrones que la hace más desoladora. Además, las licencias de Salles con la cámara cuando se filman momentos más circenses aportan un halo de frescura y amabilidad entre tanta pobreza y resignación.