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Voto de Antonio Morales:
7
Drama Camilo José Cela escribe en el prólogo a la primera edición de la novela: "La Colmena no es otra cosa que un pálido reflejo, que una humilde sombra de la cotidiana, áspera, entrañable y dolorosa realidad (...) no aspira a ser más que un trozo de vida narrado sin reticencias, sin extrañas tragedias, sin caridad, como la vida discurre, exactamente como la vida discurre. Queramos o no queramos. La vida es lo que vive -en nosotros o fuera ... [+]
23 de septiembre de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gracias al productor José Luis Dibildos, la ayuda inestimable del ministerio de cultura con sus ayudas oficiales y Televisión Española, el cineasta de gran oficio Mario Camus llevó a la pantalla esta imperecedera novela del Nobel de literatura Camilo José Cela. Gozando de un extraordinario plantel de actores (incluyendo un cameo del propio Cela), lo mejor del cine español del momento. El film es un miserable mosaico de historias entrelazadas que describe las penurias, a veces patéticas, otras entrañables, la picaresca, la subsistencia, la hipocresía y la represión en el Madrid de los años cuarenta. El odio de los vencedores a los vencidos, el hambre de los poetas y pensadores, los prostíbulos en casas decentes regidas por alcahuetas relamidas, son los años del estraperlo y la escasez.

Años de arrogancia de los nuevos ricos a costa de tantos pobres, de las charlas del café Doña Rosa, mujer avara que gobierna con mano de hierro lo que antes fue una necrópolis cristiana que han aprovechado hasta las lápidas de mármol como mesas de tertulia, donde se reúnen intelectuales autocomplacientes y sin esperanza que fuman tabaco de picadura, especulando un café con leche y bollos suizos, también el agua con hielo y el bicarbonato, que no falte. Muestra a personas que engañan, desengañadas o que se engañan a sí mismas en fonduchas mugrientas, quiméricos soñadores, artistas frustrados, acumuladores de riqueza, depredadores sin escrúpulos, pícaros, desvalidos generosos, amores que no osan decir su nombre, ese rostro atribulado de una frágil Victoria Abril ante la mirada escrutadora de su padre, José Bódalo que también tiene algo que ocultar.

Hans Burmann, el operador, se encarga de crear ambientes claustrofóbicos y deprimentes, aunque tratando de endulzar esa frustración que recorre la toda la historia. Mario Camus crea una película coral, sobria en su puesta en escena, medida y correcta, un fresco reconocible y abominable, que siempre permanecerá en nuestra memoria, porque aunque nosotros hemos tenido la suerte de no vivirlo, somos indirectamente herederos de esa mugre de lo cotidiano, de la desesperanza y de las raíces atávicas de nuestros abuelos y padres.
Antonio Morales
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