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Voto de Antonio Morales:
7
Drama. Romance Don Juan abandona Venecia y regresa a Sevilla, su ciudad natal. Al llegar se entera de que su padre ha muerto y le ha dejado todos sus bienes con la condición de que se case con Doña Inés. Él se inventa un matrimonio anterior, pero cuando la conoce en una fiesta queda fascinado por su belleza. (FILMAFFINITY)
26 de abril de 2017
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
El personaje de Don Juan es un mito universal, “Il disoluto punito”, “El descarado libertino”, “El burlador de Sevilla”, el irresistible amante inmortal de verbo seductor y lascivo, tan afilado como su espada, tan cínico y mordaz como aventurero, sobre el cual escribieron: Tirso de Molina, Moliére, Lord Byron, José de Espronceda, José Zorrilla, y a quien Mozart dedicó su más grandiosa y compleja ópera que profundiza en las tinieblas del más oscuro lado humano con libreto de Lorenzo Da Ponte, “Don Giovanni”. Lo mejor de la película, de Sáenz de Heredia es sin duda su ritmo narrativo entre la comedia dramática y la aventura romántica de capa y espada, gracias a un esmerado guión bien construido y desarrollado, recreando unos personajes de gran calado dramático y una profunda psicología, tomando básicamente la obra de Zorrilla y algunos pasajes de Tirso de Molina. Muy bien recibida en el festival de Venecia, desde el punto de vista actual, su trama no resiste un análisis social que respete y dignifique a la mujer por su lacerante machismo, cuya herencia nos lleva a entender los lamentables crímenes y abusos que se siguen perpetrando contra la mujer, me refiero a la “violencia de género”, pero eso es otra historia.

Este Don Juan (Antonio Vilar), se halla dispuesto a traspasar el pecado del sexo, en tiempos inciertos e inquisitoriales, por sus dos extremos más comprometidos: el de la “violación” de la doncella virgen y el de la mujer casada. Da lo mismo que sea consentida –en este caso ya no se trataría de violación sino de seducción–, porque para la Iglesia, que es quien manda en esos momentos, no solamente de palabra sino con la ley y las armas, se trata de violar, y esta vez va sin comillas, una de sus creencias más sagradas: la virginidad de la mujer, de cualquier mujer –ya sea doncella o casada–, que no puede ser removida sino por el acto sagrado del matrimonio y no de cualquier matrimonio, sino de su matrimonio. Ir contra este precepto, seguramente, es el mayor placer que experimenta Don Juan, más que el propio acto sexual y, con él, el de subvertir la institución más sagrada para ésta y cualquier religión: la familia. Unas veces colocando al padre en la defensa del honor de la hija; o la del propio marido ultrajado, en otras, de lavar el suyo de la afrenta ocasionada por este libertino personaje, que lo que busca es el placer de limpiarse sus sucias manos en la moral de su tiempo.

Hay también una evidente exaltación del machismo –que lleva implícita la sumisión de la mujer–, tan arraigado en nuestra raza latina y en nuestros genes hasta hoy, aunque en esta versión aparece una Lady Ontiveros (Annabelle) que podría entenderse como la antagonista desde la parte femenina. Pero, Don Juan es hombre, los defensores de la moral que subvierte son hombres (el padre, el marido), los personajes que acompañan sus desenlaces son hombres... ¿Y las mujeres? De alguna manera “eligen el pecado” de estar con Don Juan con entera libertad –tentación diabólica, según el punto de vista moral religioso–, pero ocupan en el drama teatral y en el de la vida misma una posición pasiva, de la que no se defienden –porque probablemente no haya razón para hacerlo–, dejando que sea un hombre (el padre o el marido) quien lo haga, sin su consentimiento, claro.

El film se abre con unas escenas en Venecia haciendo honor a su fama y siendo informado de una mala noticia que le obliga a volver a su Sevilla natal. Aunque después, advertimos que no parece estar muy afectado, ni atormentado por la reciente muerte de su padre, con el que no mantenía buena relación, pero todo ello da pie para conocer a su gran amor, Doña Inés (María Rosa Delgado). El reparto me parece acertado y plausible por su excelente puesta en escena que aunque academicista huye continuamente de la representación teatral aireando la obra con diferentes escusas como la estampida taurina o las diversas escenas de exteriores que nos acercan a la desenfadada aventura donjuanesca con la impostura jocosa de Don Juan en la figura del caballero Don Luis Mejía (Enrique Guitart). Una historia que para comulgar con la censura, y el beneplácito del régimen, se remite a la redención moral que en otras obras anteriores no existe.
Antonio Morales
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