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Voto de Antonio Morales:
7
Drama. Romance Rosita, a quien todos llaman Malvaloca, es una bella y simpática joven malagueña con varios hombres en su pasado. Todo se complica cuando se enamora de Leonardo, amigo y socio de su último amante, pues aunque él también la ama, deberá luchar contra sus escrúpulos y contra el rechazo social que provoca el pasado de Rosita. (FILMAFFINITY)
12 de abril de 2016
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Avalada por la personalidad de Luis Marquina, un director injustamente relegado, cuando no directamente ninguneado, sólo recordado, cuando lo es, precisamente por “Malvaloca” pero que tiene en su filmografía otros títulos nada desdeñables. La obra teatral de los hermanos Álvarez Quintero, siempre interesó al cine, prueba de ello son sus tres versiones. “Malvaloca” es una rareza dentro de la productora CIFESA de aquella época, más cercana a los postulados del régimen de lo que es esta historia escrita a principios de siglo. Como es bien sabido, el film desarrolla la vida escabrosa y sin “detallar” de la joven serrana que arrastra la fama de su pasado, sus novios pretéritos, entre los que destaca Salvador (Manuel Luna), su amor presente, Leonardo (Alfredo Mayo), socio del primero en la fundición, y la campana del convento de Las Canteras, la “Golondrina”.

“Malvaloca” es una obra melodramática y lacerante, de redención moral a través del amor. Tenemos a Rosita, hembra de tronío y de ojos picarones, llamada Malvaloca (excelente Amparo Rivelles), “una mijita de malva y mucho de loca” dicen algunos. Siempre con mal de amores, sus relaciones con Salvador, un hombre que “no es malo”, según Malvaloca, y el amor apasionado de Leonardo “bueno todo el día” según ella, que da un repaso y amansa los tópicos del andalucismo. El gracejo verbal, el baile, la copla, el folclore está presente como valor intrínseco y metafórico de la atmósfera en la trama.

Lo insólito de este film, dotado de una notable limpieza técnica que respira fatalidad y pesimismo, infelicidad y desgracia, radica en el fino retrato no ya en una mujer ligera de cascos, como se decía antaño, sino en el amor de un hombre descentrado por su pasión amorosa, que presenta tintes autodestructivos, algo ciertamente inusual en el cine español del periodo. Lo inesperado del enfoque, incluso la morbosidad, nace fundamentalmente del dilema que recorre el cine de Marquina, de raigambre conservadora y católica, pero no franquista, en el que se deslizan todas las tensiones de los inscritos en esta concepción del mundo. En esa tupida atmósfera, en esa irrefrenable pasión, se origina la singularidad de “Malvaloca”, como dice la copla: “merecía esta serrana que la fundieran de nuevo como funden las campanas”.
Antonio Morales
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